La comida nunca había sido un problema tan global como ahora. Alrededor de 1.500 millones de adultos con sobrepeso y obesidad comparten el planeta con 870 millones de personas crónicamente hambrientas, y los gobiernos están enfrentados a los mismos desafíos: cómo producir más comida en menos territorio, y reducir la basura y la volatilidad de los precios, mientras batallan con patrones climáticos erráticos.
Proyecciones de la ONU ilustran la magnitud de este reto en un contexto de una población en aumento y un crecimiento mediocre de la producción: para alimentar a los esperados 2 mil millones de personas adicionales que se espera para 2050, habrá que producir 70% más de alimentos.
Pero, como muestran los datos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que una de cada ocho personas se duerme con hambre, está claro que los problemas ya existen.
Y lejos de ser un tema del mundo pobre, los niveles de hambre están aumentando en el mundo desarrollado. En EEUU, un récord de 46,7 millones de personas usaron cupones de alimentos en julio, mientras que es probable que el Reino Unido llegue a un hito este año, con la proyección de que 200 mil familias reciban suministros de emergencia de bancos de alimentos este año, según Trussell Trust.
Luca Chinotti, asesor de Oxfam, la entidad benéfica, describe el hecho de que tantos pasaron hambre entre 2010 y 2012 -más que la población de EEUU, Europa y Canadá- en un mundo que ya produce alimentos suficientes, como “el mayor escándalo de nuestro tiempo”.
Citando a los usuales culpables -la inacción política, la falta de inversión, la apropiación de tierras y el cambio climático - insiste: “Necesitamos un nuevo enfoque a la forma en que crecemos, compartimos y administramos los alimentos y otros recursos naturales”.
Los agricultores, fabricantes, gobiernos y otros actores están generalmente de acuerdo; las discrepancias radican en las respuestas y el ritmo de los cambios necesarios. Muchos argumentan que hay suficiente comida, pero dicen que está en el lugar equivocado. En las partes más ricas del mundo, se estima que alrededor de un tercio de los alimentos terminan como desperdicio, mientras que en India un almacenamiento deficiente implica que una cantidad similar se pudre antes de llegar de los campos a los procesadores.
Otras sugerencias que se han puesto sobre la mesa están causando más angustia. Las tecnologías aplicadas a alimentos genéticamente modificados están prohibidas en varias regiones del mundo. El uso de cultivos alimentarios para combustibles renovables también pone los pelos de punta. Esto, junto con los especuladores, ha sido los culpables de la era de la volatilidad de los precios de los alimentos, que alcanzó su peak el año pasado.
“Creo que los problemas son más grandes y más urgentes de lo que los gobiernos parecen estar reflejando”, plantea Roger Sylvester-Bradley, principal científico de investigación de Adas, la consultora agrícola y ambiental natural que ha asesorado los informes del gobierno del Reino Unido en la producción de alimentos. Él sugiere aumentar la inversión del gobierno, aunque, como otros, también prevé un futuro donde el costo de los alimentos refleje mejor su efecto en el medio ambiente y otros recursos.
Además de más dinero, le gustaría verlo mejor dirigido. “Ahora, las fronteras de la ciencia biológica se han movido desde el campo al laboratorio y hacia los detalles”.
Durante la actual crisis financiera de la eurozona, no es sorprendente que pocos gobiernos tengan el estómago para abordar la seguridad alimentaria de una manera coordinada. Se necesitará el acuerdo de países que tienen dinámicas muy diferentes y una cadena alimenticia débil con vínculos fragmentados.
También están las personas que cultivan la tierra. Muchos de ellos son agricultores que apenas ganan su propio sustento, con una de las tasas más altas de suicidio de cualquier empleado del sector.
A diferencia de otras fuerzas de trabajo, los agricultores no están organizados, y muchos operan como una sola familia. También se arriesgan con el crédito, que está a merced del clima y a menudo es voluble a los clientes, muchos tienen acceso limitado a créditos de corto plazo, y prácticamente ninguno de los préstamos a largo plazo.
Aquí es donde los manufactureros entran en el juego. Como jefe corporativo de agricultura para Nestlé, la mayor compañía mundial de alimentos - y él mismo un ex agricultor - Hans Jöhr pasa mucho de su tiempo en el campo. “Tratamos de ayudar a los agricultores a crear modelos de negocio más interesante”, dice. “Para que tengan un mejor ingreso, por lo que la pequeña agricultura se hace más atractivo otra vez y retiene a personas”.
Así, Nestlé, al igual que sus compañeros, emplea equipos grandes de agrónomos que entrenan y brindar asistencia técnica a los agricultores. También les ayuda a acceder a los fondos a tasas no exorbitantes, y ofrece un mercado seguro para sus productos.
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