"Former brokers never die, they just trade away”, dice el viejo dicho de la City de Londres.

En ninguna parte es fácil dejar de ser la persona “más importante” de un país a ser una “ex persona importante”. El viejo chiste es que los ex presidentes son como los jarrones chinos: bonitos, valiosos y también casi inútiles. Para algunos, el bajón psicológico es demasiado.

Últimamente, tales dificultades han estado particularmente en la visión de América Latina, una recién llegada al comité de naciones democráticas y de ahí la difícil tarea de ser, o administrar, un ex presidente.

Moisés Naím, analista de política exterior en Carnegie Endowment for International Peace, cita el ejemplo de Brasil. Este mes, sus dos ex presidentes más exitosos demostraron sus diferentes maneras de ser un “ex”.

En un rincón está Fernando Henrique Cardoso, presidente entre 1995 y 2002, quien el 10 de julio fue premiado con el prestigioso Kluge Prize por la Biblioteca del Congreso estadounidense por una vida de logros intelectuales. El Premio Nobel de las ciencias sociales, el Kluge viene con un premio similar por US$1 millón.

En la otra esquina está Luiz Inácio Lula da Silva, presidente desde 2003 a 2010. Lula, como se le conoce popularmente, ha estado bajo tratamiento contra el cáncer de garganta. Su convalescencia ha ayudado a su heredera Dilma Rousseff, actual presidenta de Brasil, a reafirmar su autoridad en el gobierno.

Pero ahora Lula da Silva está recuperado y empujando nuevamente desde el margen, impulsando las especulaciones de que quiere ser presidente de nuevo. En la ocasión, actuó como si ya lo fuera.

Casi el mismo día en que Cardoso recibió su premio, Lula da Silva presidió una reunión del foro de Sao Paulo, una reunión de líderes de izquierda latinoamericanos fundada por su partido (PT). Lula da Silva alabó al presidente socialista de Venezuela, Hugo Chávez, quien enfrenta una estrecha carrera de cara a la elección presidencial de octubre.

“Bajo el liderazgo de Chávez”, dijo, “los venezolanos han hecho tremendos avances… Estos avances debieran preservarse y consolidarse. Chávez, puedes contar conmigo, el PT, la solidaridad y ayuda de cada militante de izquierda, de cada demócrata y cada latinoamericano. Tu victoria será nuestra victoria”.

La descripción de Lula de la realidad de Venezuela  es cuestionable, o por lo menos incompleta. Más aún, como apunta Naím, ¿debiera un ex presidente realmente democrático usar su poder e influencia para intervenir en las elecciones de otro país?

Pero no son sólo los ex líderes de izquierda como Lula da Silva quienes están encontrando dificultades en ser un ex. En Colombia, al otro extremo del espectro político, el ex presidente Alvaro Uribe ha pasado gran parte de su retiro lanzando barro a Juan Manuel Santos, el actual presidente, acusando a su ex ministro de Defensa de ser un traidor de sus políticas.

En Chile, a menudo calificado como el modelo de éxito para un país latinoamericano, Michelle Bachelet hizo en 2010 lo que los presidentes supuestamente debieran hacer cuando dejan el poder: se hizo cargo de un puesto senior en la ONU. Pero ahora Bachelet está dando a entender que volverá a la política de Chile, y posiblemente participará en la elección presidencial de 2013.

Todos estos poderosos ex presidentes hacen más difícil la vida de los actuales. Sin embargo, mucho peor que tener un ex presidente es no tenerlo. Cristina Fernández, vestida de viuda y con políticas económicas llevando a la economía argentina al suelo, extraña la mano guía de su marido fallecido, el ex presidente Néstor Kirchner. Mientras, Cuba no ha tenido un ex presidente desde 1948, la última vez que hubo elecciones democráticas.

Y también está Venezuela. Asumamos que Chávez, quien ha estado batallando contra el cáncer, está lo suficientemente bien para participar en las presidenciales del 7 de octubre.

Un hombre que frecuentemente ha dicho que quiere permanecer en el poder hasta 2021 ¿se permitirá convertirse en ex presidente y perder las elecciones? E incluso si lo hiciera, ¿qué tipo de ex sería Chávez? Esas dos exigentes preguntas definirán el mayor evento político del año en la región.

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