En distintas intervenciones a propósito del cambio de año, la Presidenta Bachelet ha comenzado a cerrar el círculo de su segundo Gobierno. De forma bastante obvia -previsible-, anunció que al término de su Gobierno se retirará de la primera línea política. Asimismo, ha sugerido y asumido los costos que implicó para ella el Caso Caval, cuyo estallido hace casi dos años golpeó el corazón de su imagen ante la ciudadanía. El tono general de la mandataria sin duda contiene indicios de decepción, ya que resulta evidente que su agenda de reformas -más bien, la filosofía e ideología que subyacen tras ellas- no fue apoyada por la ciudadanía. Esta asimetría demuestra una mutua incomprensión y un equívoco programático de la ciudadanía al otorgar a Bachelet una mayoría abrumadora en 2013. La reciente encuesta del CEP es reveladora de la crisis de imagen y de percepción de la mandataria: al 66% ya no le da confianza; este valor, en cambio, era una de sus fortalezas en su primera administración. Según la Presidenta, en 2017 consolidará sus reformas y las proyectará, lo que confirma un cierto encapsulamiento, algo voluntarista, respecto de las opiniones críticas sobre el Gobierno que con consistencia revelan los sondeos. En este cuadro la mandataria parece apostar su capital a una elección presidencial que podría estar aún abierta, tanto por la multiplicidad de candidatos como por la cifra de indecisos y lo impredecible del voto voluntario.