La semana pasada fue el día internacional de erradicación de la pobreza. Un simbolismo en la carrera de Benito Baranda que está en esa batalla desde hace muchos años y que la ha encarado desde distintas instituciones. La última: América Solidaria, que reproduce la idea de Servicio País, pero con articulación con el mundo privado.
El principio es que profesionales jóvenes se pongan a disposición de un programa que ya esté funcionando y que requiera más manos, pero no pueda financiarlo. Ahí entra América Solidaria, que busca en el mundo privado los recursos para poder pagar la llegada de ese profesional. Y, en general, el objetivo es lograr una articulación virtuosa entre el mundo público, privado y la sociedad civil, en busca de soluciones sustentables en el largo plazo.
Hay un momento país importante, ¿cuál es su mirada al respecto?
-En relación a la superación de la pobreza tanto en Chile como en el resto de América Latina se requiere de políticas que involucren a los ciudadanos. Ha habido una tendencia en el último tiempo a mercantilizar mucho el vínculo con las personas para superar la pobreza. Incluso a asociarlo a bonos que se transforman en transferencias condicionadas. Les exiges algo y les transfieres el dinero y eso es pan para hoy y hambre para mañana, porque muchas de esas políticas no se transforman en una política de derechos donde ellos se hagan responsables de su desarrollo, donde efectivamente sientan que les corresponde un rol muy activo en su salida de la pobreza. Por eso cuando hablamos desde América Solidaria y planteamos esto a la sociedad, no sólo en Chile, sino al resto de los países, les decimos que el modelo de desarrollo es mercado, estado y sociedad civil y si no nos articulamos entre estos tres actores, no va a ser sustentable el desarrollo del continente.
¿Dónde ve los mayores obstáculos para construir esos diálogos?
- Hay un obstáculo cultural que es muy fuerte, desde América Solidaria y en mi antiguo rol en el Hogar de Cristo hemos tratado de irlo cambiando. Son esta cantidad de prejuicios que existe entre los distintos estratos sociales, pero también entre los distintos ámbitos de la sociedad, que nos van causando mucho daño. Prejuicios que se van transformando en discriminaciones odiosas para todos los lados y que provocan un daño tremendo. Y cómo después esos prejuicios impactan la política pública, el ejercicio de las inversiones y a los sectores de pobreza. Un impacto en política pública, es cómo discriminaste y dividiste la ciudad y armaste un montón de ghettos y los costos de eso son gigantescos, humanos y políticos, sociales. Esa tensión que estamos viviendo en Chile sí la podemos resolver. Y existe una oportunidad para los próximos tres gobiernos para irla resolviendo, porque esto es algo que se ha ido construyendo y desarmarlo va a costar.
Pero esto implica un cambio cultural muy grande. Hay mucha desconfianza en el sistema y la sensación es que nunca me favorece, entonces voy y saco lo que puedo a mi manera.
- Una de las formas de cambiar eso es que comiences a entregar mucho menos transferencias monetarias en los sectores de pobreza y que esos recursos los focalices en áreas donde tienes más dificultades. Por ejemplo en la inclusión laboral social de jóvenes que están desempleados, que son cifras bien escandalosas y de las peores que tenemos en Latinoamérica. Tienes que poner una exigencia en el mundo político de focalizar los recursos. Hoy, además, las personas valorizan menos los bonos. En la encuesta del CEP se valorizaron menos los bonos como instrumentos para salir de la pobreza como en el pasado. No sólo eso, aparece la educación como lo más prioritario, que lo que quieres es acceder a una igualdad de oportunidades, no de plata.
Puede que ya hayamos pasado la situación del pan, techo y abrigo, y ahora la ciudadanía pide una evolución.
-Algo de eso decía el doctor Monckeberg cuando decía que esta es la generación de los niños no desnutridos. Que se alimentaron bien y que hoy están presionando por un acceso igualitario. Tenemos un buen momento para meter esta lógica de los derechos en la política pública. Hay que partir en algún momento para terminar con esta lógica de que el que no llora no mama. Y hoy la juventud, está mostrando que sí son tierra fértil para cambiar. Ellos no esperan bonos, sino que oportunidades.
¿En ese sentido, cómo siente la tensión social? Algunos sostienen que seguirá en aumento y peor que lo que hemos visto.
-No sé si va a estar peor, pero la tensión social es necesaria para la transformación. Creo que la ciudadanía ha ido creciendo en su responsabilidad acerca de lo que le corresponde para salir de la pobreza y desarrollarse y esa tensión va a continuar. Y dependiendo de cómo sea manejado por las autoridades, esa tensión no va a explotar. Depende del manejo que se haga. Si es un manejo dilatorio y que no tiene correspondencia con los proyectos de ley que se mandan después al Parlamento, por supuesto va a explotar y generará una mayor tensión.
Cómo se podrían generar mejores diálogos.
-Si logras articular al sector privado con la acción social y la sociedad civil y con las políticas de estado donde estamos involucrados, en el caso de Chile, con el ministerio de desarrollo social, vas generando un gana gana. El profesional que se involucra va entendiendo que el estado no es un demonio, que la sociedad civil no es una floja, sino que esa articulación genera una sinergia de salida de la pobreza. Es un ejercicio de derecho que es maravilloso. Nos ha pasado en Haití, nos ha pasado en Colombia. Esto que suena tan idílico, hay que empezar a aplicarlo. Si el mercado es un enemigo, si el estado es un enemigo, si la sociedad civil es un enemigo o se mira a sí misma como heroica y que los otros son los malos, entonces cuándo vamos a lograr vernos como parte de un mismo desarrollo. Eso es lo que queremos construir con América Solidaria.