Berlín no se siente como una ciudad imperial. Los nuevos edificios del gobierno -la oficina de la canciller, el Bundestag y el ministerio de Relaciones Exteriores- han sido diseñados con mucho vidrio y luz natural, para enfatizar la transparencia y democracia. Pero la mayoría de su grandiosa arquitectura es un legado de los reyes prusos. El Berlín moderno presenta una cara mucho más amable, y se ha convertido en un imán para los turistas.
Pero si bien la capital alemana ha evitado los adornos del poder imperial, el hecho es que Berlín es cada vez más la capital de facto de la UE. Por supuesto que las principales instituciones de la UE -la comisión y el consejo- tienen su sede en Bruselas. Pero las decisiones clave se toman cada vez más en Berlín.
¿Dejará Grecia el euro? Finalmente, será la decisión de Alemania. ¿Los políticos apoyarán futuros rescates para los países del sur de Europa? Los debates vitales tomarán lugar en el Bundestag en Berlín, no en el Parlamento Europeo. ¿A quién llama el Fondo Monetario Internacional acerca de la crisis de la eurozona? Las conversaciones más importantes ocurren con el gobierno alemán y el Banco Central Europeo en Frankfurt, no en la Comisión Europea.
Este cambio en el poder desde Bruselas a Berlín se ha visto acelerado por la crisis de la eurozona. Naturalmente, la canciller germana, Angela Merkel, todavía tiene que ir a las cumbres en Bruselas y llegar a acuerdos. Ella estuvo ahí la semana pasada. Pero la crisis del euro significa que Merkel ahora es la líder más importante en la mesa.
Por distintas razones, los líderes de todos los otros grandes países de la UE llegan a Bruselas en una posición débil. España e Italia están luchando con sus crisis de deuda. Los británicos han optado por quedarse fuera de la moneda única, y, por lo tanto, de la nueva estructura que la eurozona está armando. Los polacos tampoco están en el euro y tienen una economía relativamente pequeña.
Eso deja a Francia. Además, una sociedad franco-germana está en el corazón de cualquier acuerdo en la UE. Por muchos años, las cumbres eran precedidas por una reunión de Alemania y Francia y una carta conjunta de ambas naciones. Cuando Nicolas Sarkozy estaba en el Eliseo, su relación con la canciller Angela Merkel era tan cercana que el duo “Merkozy” era predominante.
Pero hoy, las variadas propuestas de Francia para los eurobonos, uniones bancarias, gasto conjunto en infraestructura y programas sociales son recibidos con suspicacia en Berlín, que sospecha que estas ideas buscan que los contribuyentes alemanes subsidien a Francia. Pero la contrapropuesta germana -que los presupuestos de las naciones europeas estén sujetos a control de un comisionado europeo- es rechazada como una infracción de la soberanía nacional en París.
El poder cada vez mayor de Alemania es visto con ambivalencia en Berlín. Por razones históricas obvias, la Alemania de posguerra nunca ha buscado un rol dominante dentro de Europa. Pero la exasperación con el rompimiento de las reglas y la incontinencia fiscal en el resto de Europa está haciendo que Alemania insista en la necesidad de una Europa “alemana”. El precio de la ayuda financiera de Alemania va a ser la aceptación de las reglas diseñadas en Berlín.
Ese tipo de poder puede llevar a la arrogancia. En Berlín, la semana pasada escuché referencias exasperadas a la arrogancia de los españoles, altaneros británicos, delirantes franceses y corruptos griegos. Pero el tono general de la discusión es serio, paciente y responsable. Los alemanes insisten en que están completamente comprometidos con el euro y con la Unión Europea - y que están determinados a hacerlos funcionar.
El problema -si es que hay uno- es que la vida es demasiado dulce en Berlín. Alemania es próspera y Berlín es una ciudad agradable y de moda. Los conflictos de Grecia o España parecen muy lejanos. Esa separación respecto del resto de la eurozona es la razón de por qué Berlín sigue siendo una peculiar capital para Europa.
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