Bill Gates se describe a sí mismo como un tecnócrata. Pero no cree que la tecnología salvará al mundo. O, para ser más exactos, él no cree que pueda resolver una maraña de problemas interrelacionados que afligen a los más vulnerables: las enfermedades y la pobreza expandidas en el mundo en desarrollo, y la falta de oportunidades y desigualdad que estas engendran. “Ciertamente amo la tecnología. Pero cuando queremos mejorar las vidas, hay que lidiar con cosas más básicas, como la sobrevivencia y la nutrición infantil”.
Por estos días, parece que cada multimillonario de la Costa Oeste tiene una visión de cómo la tecnología puede transformar al mundo en un mejor lugar. Una parte central de este nuevo consenso es que internet es una fuerza inevitable para la mejora económica y social; la conectividad es un bien social en sí mismo. Era una visión que recientemente lideró Mark Zuckerberg para detallar un plan para subir a internet a los 5 mil millones de personas del mundo que no están conectados. Pero consultado sobre si dar al mundo una conexión a internet es más importante que encontrar la vacuna para la malaria, el cofundador de Microsoft y el segundo hombre más rico del mundo no esconde su irritación: “¿Cómo una prioridad? Es un chiste. ¿Qué es más importante, la conectividad o la vacuna contra la malaria? Si piensas que la conectividad es la clave, está bien. Yo no”.
A los 58 años, Bill Gates no ha perdido nada de su impaciencia o pasión intelectual por la que fue conocido en su juventud. Sentado en su oficina en Seattle, el hombre que abandonó la Universidad de Harvard hace casi cuatro décadas y construyó la primera fortuna a partir del software es más relajado de lo que era.
“La innovación es buena. La condición humana –dejando de lado el bioterrorismo y otros casos- está mejorando gracias a la innovación”, dice. Pero si bien “la tecnología es increíble, no llega a la gente que más lo necesita en un plazo ni siquiera cercano a lo que quisiéramos”.
Es un argumento que dijo que le dio a Thomas Friedman, cuando el columnista de The New York Times estaba escribiendo en 2005 su libro “La Tierra es plana”, un trabajo que vino a definir el optimismo que acompañó la entrada de China e India al mercado laboral mundial, una transición ayudada por la revolución de internet. “Está bien, anda a esos centros de Infosys en Bangalore, pero anda unos kilómetros más allá y mira al hombre viviendo sin WC ni agua”, dice Gates ahora”. El mundo no es plano y los computadores no están ni siquiera en los primeros cinco escalones de la jerarquía de las necesidades humanas”.
Son percepciones como estas las que han llevado a Gates a gastar no sólo su fortuna sino la mayor parte de su tiempo en buenas obras. Otros multimillonarios pueden tomar la filantropía casi como una señal de su estatus social pero, para Gates, tiene la fuerza de un imperativo moral. La decisión de lanzarse a causas como tratar de evitar la mortalidad infantil en el mundo en desarrollo o mejorar la educación en EEUU fue resultado de un cuidadoso cálculo ético.
Citando un argumento del filósofo Peter Singer, por ejemplo, cuestiona por qué alguien donaría dinero para construir una nueva ala de un museo en vez de gastarlo en evitar las enfermedades que pueden causar ceguera. “El equivalente moral es, vamos a tomar 1% de quienes visitan este museo y los vamos a dejar ciegos. ¿Están dispuestos, por esta nueva ala, a tomar ese riesgo?”.
Gates probablemente ahora tiene el poder de impactar en la vida y bienestar de un gran número de personas en comparación con cualquier otro individuo en la historia. La fundación Bill y Melinda Gates, que fundó en 1997 con su esposa y donde ha estado trabajando desde dejar Microsoft hace cinco años, entrega cerca de US$4 mil millones al año. Gran parte del dinero va para mejorar la salud y combatir la pobreza en los países en desarrollo al combatir la malaria o pagando por vacunas contra enfermedades infecciosas. Esto es casi la mitad de lo que el gobierno estadounidense gastó en iniciativas de salud globales el año pasado.
En la cima de su predominio, la manera como Microsoft manejó su monopolio en el mundo de los PC para maximizar las ganancias en la industria de computadores lo hizo temido y odiado tanto por rivales como start-ups. Ahora, con el mundo de los PC declinando y el liderazgo de la empresa en duda, se habla de la empresa casi con desdén en Silicon Valley, pese a que sigue siendo la tercera mayor empresa de tecnología en bolsa, detrás de Apple y Google.
Gates rechaza responder preguntas sobre Microsoft, aunque dice –contrario a la persistente especulación- que no va a volver a dirigir Microsoft como lo hizo alguna vez Steve Jobs con Apple. También admite que la empresa está absorbiendo una mayor parte de su tiempo que el día a la semana que había comprometido luego de abandonar la dirección de la compañía. Como presidente y miembro del comité en busca de un reemplazo a Steve Ballmer como director ejecutivo, Gates dice que todavía tiene reuniones regulares con algunos de los grupos de desarrollo de productos de la empresa y que espera pasar un tiempo considerable trabajando con el próximo CEO luego que se haga el nombramiento.
Se necesita algo más que dinero para librar al mundo de la poliomielitis… aunque tener baldes de dinero ciertamente puede ayudar. También se necesita un pensamiento ambicioso, conocimiento organizacional y la capacidad de traer ideas para solucionar viejos problemas. También es el tipo de cosas que se necesitan para crear una empresa tecnológica exitosa. Esta vez, sin embargo, el CEO Gates ha tenido que cederle el puesto a un personaje menos familiar: el Gates diplomático. Y es que el instinto de eliminar la complacencia y desafiar la pereza intelectual no siempre le ayuda a Gates a tener amigos.
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