La instrucción de Altair Guimarães es críptica. Reunirse con él en la puerta 10 del Autódromo, antigua pista de Fórmula Uno de Río de Janeiro que se transformará en un parque Olímpico cuando la ciudad albergue los Juegos en 2016.
La puerta marca la entrada a la Favela Vila Autódromo, de la cual Guimarães es el líder comunitario. Después de haber sido sometido a dos reasentamientos forzados, Guimarães está montando una campaña internacional para salvar a su barrio de 3.000 personas de ser arrasadas por el proyecto.
Para el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, quien aceptó la bandera olímpica de Londres este mes, y la presidenta Dilma Rousseff, el conflicto en Vila Autódromo captura los desafíos que enfrenta Brasil no sólo en sus planes de albergar los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol de 2014, sino también en sus esfuerzos de romper los cuellos de botella crónicos de infraestructura de ese país. Los eventos representan una oportunidad única en una generación para que la mayor economía de Latinoamérica muestre que puede ejecutar grandes proyectos, a medida que el gobierno busca desarrollar un plan ambicioso para invertir 955 mil millones de reales (US$470 mil millones) en nuevas carreteras, puertos, aeropuertos y plantas energéticas, con la participación de inversionistas extranjeros.
Hay mucho en juego. Rousseff, economista de formación, debe dirigir la economía de un modelo demasiado dependiente del consumo hacia una mayor participación de la inversión en infraestructura -o arriesgarse a perder el sitial de Brasil como nuevo motor de crecimiento global.
“Por lo menos las discusiones son ahora sobre los temas correctos”, plantea Alberto Ramos, de Goldman Sachs.
El reciente éxito económico de Brasil ha sido guiado por los altos precios de los commodities y la explosión de una clase media de consumidores con mayor acceso al crédito. Gradualmente, sin embargo, la demanda por nuevos autos y refrigeradores y otros productos ha sobrepasado la capacidad de carreteras, parques logísticos, puertos y otros, creando inflación. Mientras, las crecientes exportaciones de commodities como el mineral de hierro y la soya están creando una congestión en las carreteras a miles de kilómetros de la costa.
El efecto es alejar el crecimiento económico, que se espera que caiga desde una tasa anual de 7,5% en 2010 a debajo de 2% en 2012. “Cada vez que hablamos con un inversionista en Brasil, el mayor y más importante problema del que hablan es de infraestructura”, plantea David Beker de Bank of America Merrill Lynch.
Se han tomado medidas importantes al incrementar la inversión en infraestructura. Según el Instituto para la Investigación de Economía Aplicada, un think tank del gobierno, la inversión estatal anual en carreteras y líneas férreas casi se triplicó entre 2002 y 2010 a un total de 21 mil millones de reales.
En un estudio de World Economic Forum de calidad de infraestructura, Brasil tuvo 3,6 puntos de un total de 7, comparado con los 5,5 puntos de China. México y Chile también superaron a Brasil casi en todas las mediciones, desde carreteras a líneas férreas y aeropuertos, con excepción del abastecimiento de electricidad. El número de pasajeros que usan los aeropuertos brasileños subió 75% entre 2007 y 2011, dejando a muchos de ellos con sobrecapacidad.
“Los cuellos de botella de Brasil en infraestructura llevan a ineficiencias que terminan teniendo costos logísticos de 12% a 15% del PIB, mientras en EEUU, Alemania y otros países están en un promedio de 5%”, plantea Bruno Savaris, de Credit Suisse.
Hasta comienzos de los ’80, Brasil y otros países en la región invirtieron fuertemente en infraestructura. Pero tras una serie de crisis financieras, el gasto se redujo a la mitad, hasta menos de 2%.
Economistas de Goldman Sachs estiman que si Latinoamérica, liderada por Brasil, duplicara su inversión en infraestructura a 4% o 6% al año en 20 años, la capacidad alcanzaría a la de Corea del Sur, una historia de éxito de un mercado emergente. Esto impulsaría el crecimiento potencial desde debajo de 4% a cerca de 5,5%. “Esto reduciría la desigualdad de ingresos en 10% o 20%”, dijeron en un reporte este año.
Con esto en mente, Rousseff ha comenzado a impulsar la venta de concesiones de infraestructura a consorcios público-privados. En febrero, el gobierno subastó concesiones para grandes aeropuertos en Sao Paulo, el centro financiero del país, la ciudad de Campinas y Brasilia. A mediados de agosto anunció la venta de 133 mil millones de reales de concesiones para 10 mil kilómetros de líneas férreas y 7.500 km de carreteras.
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