Rober Lima da Silva se sienta en su moto envejecida que usa para su trabajo de servicio de mensajería, a la espera de que una de las lluvias torrenciales de Sao Paulo pase. "Tengo una moto del año 2003 y quiero cambiarla por una más nueva" dice. Sin embargo, explica que el pago de sus deudas representa dos tercios de sus ingresos mensuales.
La industria brasileña de las motocicletas refleja el malestar general de la economía más grande de América Latina. La venta de vehículos de dos ruedas estaba creciendo rápidamente hasta 2011, cuando los consumidores de bajos ingresos aprovecharon el fácil acceso a crédito para comprar una nueva Honda o Yamaha. En 2012, esto cambió cuando el crédito al consumidor se hizo más difícil.
Como muchos otros fabricantes brasileños, la industria de las motocicletas ahora están buscando que el gobierno de Brasilia, ayude a resolver sus problemas, sabiendo que el gobierno de Dilma Rousseff está desesperado por reavivar la economía. El PIB creció menos de 1% el año pasado, y los inversionistas están huyendo de Brasil dándole preferencia a México, algo impensable hace dos años. Si bien ella sigue siendo muy popular, la economía es una potencial nube sobre las perspectivas de reelección de Rousseff el próximo año.
La respuesta de su gobierno ha sido meterse en sectores desde la energía a las telecomunicaciones, de los incentivos fiscales a medidas que obligan a los productores a reducir los precios. Aún así, la creciente participación del gobierno en las empresas genera división. El mercado financiero argumenta que Brasil está revirtiendo hacia medidas intervencionistas. El sector industrial, en tanto, dice que la manufactura sucumbirá bajo elevados costos y elevadas importaciones a menos que haya ayuda.
El único punto de consenso parece ser que la última década de viento a favor desde el exterior, gracias a los altos precios de los commodities y los generosos flujos de financiamiento externo gracias a una política monetaria laxa en los mercados desarrollados, se acabó.
La intervención en Brasil puede hacer y deshacer la suerte de un día para otro. En marzo, las acciones de Petrobras subieron 9%, luego que el gobierno inesperadamente permitiera que la petrolera estatal aumentara los precios del diésel. Aunque el gobierno niega el control de precios, Petrobras se ve obligada a vender el combustible de sus refinerías por debajo de los niveles internacionales para ayudar a controlar la inflación.
El aumento del intervencionismo se remonta a 2009, cuando Brasil comenzó la "guerra de las divisas". El gobierno estaba preocupado de que los especuladores extranjeros estuvieran invirtiendo dinero en Brasil para explotar las altas tasas de interés del país, elevando en el proceso el valor de la moneda frente al dólar y perjudicando la competitividad de la industria local. El clímax fue en 2011, cuando Brasil elevó los impuestos sobre las transacciones financieras con el fin de frenar la entrada de capital.
En su intento por salvar puestos de trabajo, el gobierno comenzó a recortar los impuestos de seguridad social para 40 industrias. Las empresas aplaudieron la decisión. Pero la naturaleza de los cambios, llevó a una mayor incertidumbre en el clima de inversión.
En el segundo semestre de 2011, el Banco Central inició un ciclo de alivio, bajando su tasa hasta 7,25%, lo que es para Brasil un mínimo histórico. Sin embargo, Rousseff se consternó cuando los bancos se negaron a aumentar los préstamos. Lo que siguió fue una disputa pública con los bancos privados, con el argumento de que los brasileños ya estaban demasiado endeudados.
Hay una sensación creciente de que la fase más frenética de la intervención estaría terminando. Un banco central más firme está haciendo retroceder la inflación y amenaza con elevar las tasas de interés. El aumento del precio del combustible y la promesa de los funcionarios para mejorar el rendimiento de los proyectos de infraestructura, se tomaron como una señal de que los inversionistas siguen escuchando. La economía parece estar respondiendo desde enero. Quizás por eso la asociación de fabricantes de motos de Brasil, Abraciclo, está confiado de que la ayuda podría ser la forma para su industria. Quizás, después de todo Da Silva podría comprarse una moto nueva.
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