UNA vez conocidos los resultados de la primera vuelta, el Gobierno y la Nueva Mayoría se articularon bajo el discurso: "Hoy se votó por las reformas", desconociendo así la dramática caída en la representación parlamentaria que experimentaron; un candidato del oficialismo con una votación históricamente baja y la emergencia de nuevos liderazgos políticos impensados hasta entonces.

Pese a todo esto, la coalición de Gobierno prefirió articular su relato hacia la segunda vuelta defendiendo algo a lo menos complejo de sostener, como era una supuesta adhesión cerrada de la mayoría del electorado hacia las reformas estructurales impulsadas por la Presidenta Michelle Bachelet.

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Los resultados de la segunda vuelta dieron cuenta de eso. La Moneda no sólo falló en la defensa de sus reformas y su gestión, sino que también fracasó en la esperanza de instalar en el sillón presidencial a una figura que le diera continuidad a su agenda.

En vez de eso, por segunda vez, Bachelet deberá entregar el mando a un Presidente de derecha, algo que de seguro será más recordado que cualquier política pública impulsada durante su administración.

La caída en la aprobación de Bachelet comenzó, justamente, cuando sus reformas erosionaron el escenario político y económico del país. El freno de la inversión fue respuesta a la incertidumbre. La crisis política dentro de la coalición gobernante fue el corolario de una deficiente agenda y una lectura equivocada de las expectativas de la ciudadanía.

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El domingo el electorado fue claro. No sólo votó por una opción que, a su juicio, da más gobernabilidad política y ancla las expectativas hacia el crecimiento económico, también se manifestó en contra de la actual administración, que erró no sólo en el diagnóstico y ejecución, sino en los temas y preocupaciones que deben marcar el rumbo de un país.