La decisión de Estados Unidos de reconocer oficialmente como capital de Israel a Jerusalén y trasladar a dicha ciudad la embajada estadounidense hoy ubicada en Tel Aviv, sin duda fue una medida arriesgada de parte del Presidente de dicho país, Donald Trump. Algo que quizás a estas alturas no debería sorprender respecto del mandatario republicano.
Si bien el Congreso de EEUU aprobó en 1995 una ley que reconocía a Jerusalén como la capital de Israel y autorizaba el traslado del consulado a esa ciudad, ninguno de los gobiernos posteriores tomó medidas que pudieran ser consideradas como arriesgadas o provocativas en esa materia. El momento y la forma de esta maniobra orquestada por Trump, la que se ha interpretado en clave de la política interna de EEUU, no parecen los más adecuados para encontrar la tan esperada paz en Medio Oriente. La acción de Trump generó una serie de advertencias a nivel mundial e incluso la ONU manifestó su preocupación ante posibles "riesgos de una escalada de violencia".
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Estas diferencias hicieron ver a Estados Unidos muy aislado en la reunión de urgencia solicitada por ocho de los quince países del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en la que se advirtió acerca de los peligros de la decisión de EEUU.