El Banco Central Europeo (BCE) no movió ficha en política monetaria en su reunión de ayer, aunque su presidente, Mario Draghi, sí reconoció que la institución está inmersa en un intenso debate sobre cuándo finalizar las compras de deuda, abriendo la puerta a que terminen el próximo mes de septiembre. Draghi advirtió además sobre la incertidumbre que supone la fuerte apreciación del euro, que complica los planes de impulsar la inflación, y de la que responsabilizó no solo a la fortaleza de la economía de la zona euro sino también al discurso proteccionista de Estados Unidos, que contribuye a la debilidad del dólar.
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Draghi destacó el robusto momento de expansión de la economía de la eurozona, que crece más de lo previsto. E insistió en su confianza en que la tasa de inflación se encamine al objetivo de la institución, cercano al 2%. El presidente del BCE subrayó también que la reciente volatilidad del euro, en máximos de más de tres años, es un elemento de incertidumbre que hay que vigilar de cerca. "La subida del euro supone una fuente de incertidumbre que ha de ser monitorizada por sus implicaciones sobre la estabilidad de precios", afirmó.
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Draghi reconoció que la apreciación del euro es consecuencia lógica de la mejoría económica pero negó que el control sobre el tipo de cambio esté en los objetivos de la institución. Negó de hecho que el alza del euro se deba a declaraciones del BCE y sí de "alguien más", en alusión al discurso proteccionista de Donald Trump y su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, que el miércoles reconoció en Davos que un dólar débil favorece los intereses de la economía estadounidense. El presidente del BCE aludió al compromiso suscrito en octubre de 2017 por las principales economías del mundo y sus bancos centrales, que EE UU habría vulnerado con sus declaraciones, de no recurrir a la guerra de divisas y de velar por la estabilidad financiera.
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El responsable del BCE defendió que el análisis de la economía de la zona euro aconseja una política monetaria acomodaticia para asegurar el objetivo de aproximar la tasa de inflación al entorno del 2%. "Reforzar la estabilidad de la economía de la zona euro sigue siendo una prioridad", señaló Draghi. En su opinión, "aún no se puede cantar victoria". Es más, declaró que el compromiso de la institución de impulsar la inflación "es más fuerte que nunca" y solo puede darse por cumplido cuando la senda de inflación se acerque al 2% en un horizonte de medio plazo y de forma sostenida.
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Draghi quiso dejar clara su apuesta por una política acomodaticia al recordar que el BCE seguirá reinvirtiendo los vencimientos de deuda y el hecho de que los tipos no subirán desde los niveles actuales hasta mucho después de que hayan finalizado las compras de deuda. Puntualizó que el debate nunca ha estado en un final abrupto de las compras sino en si extenderlas o reducirlas gradualmente. Abrió así la puerta a un posible final de las compras el próximo septiembre. Y en este punto reconoció, de forma más explícita que en otras ocasiones, que hay diferencias de visión "normales" dentro del consejo de gobierno del BCE, en ningún caso "profundas ni existenciales".
Draghi quiso destacar que, pese a las diferencias, los miembros del consejo de gobierno del BCE coinciden en tres puntos fundamentales: la confianza en que la inflación se dirige al 2%, la necesidad de ser pacientes en tal objetivo y de ser también persistentes en los estímulos monetarios.
El presidente del BCE mostró además su sorpresa por cómo interpretó el mercado el contenido de las actas de la reunión anterior, de las que los inversores dedujeron la proximidad de un cambio de discurso que pueda poner fin a las compras de deuda el próximo mes de septiembre. Draghi dará nuevas pistas de la política del BCE en marzo, cuando anuncie las nuevas previsiones económicas.
Mientras tanto, sus palabras no lograron calmar la ansiedad de los inversores ante un cambio de rumbo en la política del BCE. El euro intensificó su escalada hasta superar los 1,25 dólares –desde los mínimos de 2017 escala un 20%– y el rendimiento del bono alemán subió al 0,6%, en máximos de 2015.