SI Mitt Romney quiere empezar una nueva guerra en Medio Oriente ¿por qué no sale adelante y lo dice? Barack Obama estuvo muy ocupado buscando votos en los matinales televisivos para mostrar el liderazgo estadounidense en las Naciones Unidas.

La campaña presidencial durante el último tiempo ha volcado su atención en temáticas internacionales. Sería exagerado decir que el debate ha sido edificante. Detrás de las discusiones, sin embargo, se encuentra una mentira poco reconfortante para el ganador de las elecciones de noviembre. Las amenazas de bombardear Irán y de permanecer en Siria no se ajustan coherentemente respecto al Medio Oriente.

La semana pasada, Obama estuvo en Nueva York para la apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Luego de los asesinatos de diplomáticos estadounidenses en Bengasi y una manifestación anti-estadounidense en la región, pronunció palabras elocuentes sobre los a veces poco reconfortantes balances entre la libertad de expresión y el fanatismo religioso. En defensa de este, les habló a los votantes estadounidenses, condenando lo tarde que se buscó calmar las calles árabes.

Obama se enaltece en estas ocasiones. En todo caso, los republicanos reclaman que el presidente no fue capaz de encontrar tiempo en Nueva York para hablar con los otros líderes mundiales. Un cínico diría que la verdadera crítica es que se rehusó a conocer a Benjamin Netanyahu. Dado que el primer ministro israelí es un miembro a sueldo del equipo de Romney y verdaderamente quiere empezar otra guerra a través de atacar Irán, la reticencia en este punto no fue sorprendente.

Debido a todo esto los republicanos están tramando algo. La administración ha intentado poner en espera la política exterior durante la campaña. Esta tiene un especial cuidado en la formulación del mensaje: Obama ha sacado a las tropas de Estados Unidos de Irak, mató a Osama bin Laden y destruyó al-Qaeda, ayudó a derrocar a Muammar Gaddafi y traerá de vuelta las tropas de Afganistán. Cansado de guerras, a los votantes les gusta esta narrativa. La Casa Blanca está determinada a que nada la moleste.

La estrategia, como han mostrado los últimos disturbios, es vulnerable a eventos. Pero la conclusión parece ser que la manera para poner fin a la controversia  es evadir cualquier encuentro con líderes extranjeros. Si el presidente se reunió con Mohamed Morsi, el nuevo presidente de Egipto, entonces no debería rechazar a Netanyahu. Mejor evitar ambos.

Había mucho de lo que Obama podría haber hablado con estos líderes. La guerra civil en Siria se lleva cada vez más vidas y está evolucionando en un mayor conflicto sunita-chiita. Los talibanes están al alza en Afganistán. El régimen iraní suena más deficiente que nunca en lo que respecta a su programa nuclear. El programa de Netanyahu de establecerse en la Ribera occidental está haciendo imposible una solución de los dos estados entre Israel y Palestina. Con la ausencia de Estados Unidos del escenario, las reuniones de las Naciones Unidas tuvieron que contentarse con apretones de mano.

Tanto Rusia como China son culpados (correctamente) de bloquear las medidas de Naciones Unidas para detener las represiones mortales del régimen de Bashar al-Assad. De todas maneras los diplomáticos dicen que nada es tan determinante como la administración estadounidense para evitar ahogarse en el conflicto. El mensaje entregado a los europeos por sus contrapartes estadounidenses es que Estados Unidos no tiene el interés estratégico suficiente para involucrarse en una guerra civil siria. El representante de un aliado cercano de Estados Unidos dijo que si Moscú realmente quería discrepar con Washington, levantaría su veto sobre acción internacional.

Hasta ahora, Romney le ha encargado la política a Netanyahu, una posición que seguramente retrocederá un paso ante la posibilidad de ganar en noviembre. El adversario presidencial que tiene éxito cuando dice que Obama se ha rendido en un intento de configurar los eventos en el Medio Oriente. Pero Romney ofrece pocas pistas con respecto a cómo restauraría el liderazgo de Estados Unidos.

Entre los veteranos de política exterior de Washington (tanto republicanos como demócratas), detecto un alto nivel de apoyo a la reticencia de Obama de ser arrastrado en el torbellino del Medio Oriente. El costo de la guerra y el levantamiento árabe ha cambiado los cálculos de Estados Unidos.

Hay un amplio reconocimiento de los límites del poder de Estados Unidos. Pasaron los días en que Washington podía confiar en amistosos regímenes autoritarios.

Estos observadores seguramente están en lo correcto al decir que después de más de medio siglo complicando las cosas en el Medio Oriente, Estados Unidos será sabio al mostrar un toque de humildad en la región. De cualquier manera, el gas y petróleo shale han reducido la dependencia energética de Estados Unidos. Esto quiere decir que el simple desencanto de la región no es posible.

Por duro que sea para Netanyahu pretender otra cosa, Obama está comprometido a la seguridad de Israel. Más que eso, ha caído en la noción de que bombardear Irán sería en realidad prevenir al régimen Iraní de recibir la bomba. Ingenuamente, sigue diciendo que la contención no es una opción.

Lo que se necesita es una estrategia estadounidense para el Medio Oriente que no pretenda determinar los acontecimientos sino que minimice las amenazas a los intereses de Estados Unidos. El primer pilar de esta política sería la oferta de tener todo sobre la mesa en negociaciones bilaterales con Teherán. Si a Corea del Norte puede dársele garantías de seguridad, ¿por qué a Irán no? Lo segundo sería poner el peso considerable de Estados Unidos detrás de un serio esfuerzo internacional para empezar una paz palestina-israelí.

Está claro que un presidente Romney no se embarcaría en eso. La opción, sin embargo, estaría abierta a una reelección de Obama. Alternativamente, él podría ser recordado como el presidente que terminó dos guerras sólo para empezar una tercera.

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