Según la última teoría conspirativa en El Cairo, Mohamed Morsi, el primer presidente islamista de Egipto, ganó la elección no debido a su popularidad sino gracias al apoyo de Washington. De hecho, la teoría se sustenta. Estados Unidos ha elegido a sus nuevos aliados en Medio Oriente -y son la Hermandad Musulmana.

Este extraordinario amor -estadounidenses e islamistas sólo se conocieron después de la caída del régimen de Hosni Mubarak en febrero de 2011- enfurece a los liberales de Egipto, algunos de los cuales protestaron afuera del hotel de Hillary Clinton durante su visita a El Cairo. Sus carteles pedían que EEUU "deje de financiar a la Hermandad Musulmana".

Por más de una década después de los ataques del 11 de septiembre, Estados Unidos fue acusado de hacerle una guerra al Islam y todo lo islámico, así que tener una amistad con los gustos de la Hermandad es un cambio para mejor. EEUU, claro, no financia a la Hermandad y es seguro asumir que nunca lo hará. Sin embargo, provee US$1.300 millones al año en ayuda a los generales egipcios que están tratando de contener los poderes de la Hermandad.

Pero EEUU le debe su posición a lo que muchos árabes tienen problemas en creer -eso es a favor de lo que producen las urnas, incluso si no es completamente en su interés. El viaje de Clinton a Egipto fue parte de una adaptación estadounidense al cambiante orden en Medio Oriente. Desde el comienzo de la revuelta árabe, Washington ha luchado por una política para reemplazar su dependencia de los antiguos amigos autocráticos pero complacientes como Mubarak y Zine al-Abidine Ben Ali de Túnez.

Es cierto, le dio un rol principal en Libia a Francia y Reino Unido y ha fallado en Siria, aterrorizado de una riesgosa intervención militar e incapaz de ganar el apoyo ruso para una transición política del mandato de Bashar al-Assad. Ha sido de dos opiniones sobre armar a la oposición -no impidiendo la provisión de armas de los aliados árabes sino también expresando sus dudas sobre el esfuerzo e insistiendo que más armas a los rebeldes podrían alimentar incluso una guerra civil más amplia.

Pero tanto en Egipto como Túnez, EEUU ha jugado sus cartas en las transiciones bastante bien, reconociendo que si quiere seguir siendo relevante y tener influencia, debe lidiar con las fuerzas políticas emergentes.

Los islamistas también han ayudado. Han reconocido la necesidad de la ayuda occidental en un momento de dificultad económica. Tanto el partido Nahda de Túnez como la Hermandad Musulmana de Egipto han recurrido a Europa y EEUU, enviando delegaciones en una ofensiva de encanto. Un diplomático occidental en El Cairo dice que la Hermandad ha indicado que también está abierta a consejos de seguridad de algunos estados europeos.

Clinton aterrizó en El Cairo en medio de una intensa lucha de poder entre Morsi y el intento de los generales en un arrebato de poder para proteger sus intereses.  Ella cuidadosamente sopesó sus palabras, llamando a una "completa transición a un mandato civil con todo lo que conlleva" pero sin antagonizar a las fuerzas armadas o dar a entender que EEUU retendrá la ayuda a los generales.

Un acercamiento cauteloso tiene sentido a estas alturas pero Washington también debe estar listo para usar su apalancamiento financiero con los generales más forzosamente si intensifican su obstrucción de la transición democrática. No puede haber ilusión, además, sobre la Hermandad o el hecho de que es probable que la relación se vuelva engañosa, mucho menos en política internacional.

Nadie en Egipto romperá el tratado de paz con Israel pero la Hermandad no está sola entre las fuerzas políticas locales en considerar que Israel no está cumpliendo su compromiso, y que el tratado podría necesitar ser revisado.

EEUU puede coexistir con gobiernos profundamente conservadores -considere su matrimonio por conveniencia con Arabia Saudí. Pero en países en transición, su énfasis debe permanecer en promover el proceso democrático, no asumiendo que los islamistas que han ganado las elecciones monopolizarán el asiento de poder.

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