Fatma al-Zomor tiene su cara enmarcada por un velo rosado, extiende una amplia sonrisa a los peatones antes de invitarlos a viva voz a “venir y conocer al candidato que está siendo difamado por la prensa”.
La profesora de 39 años y madre de cuatro está haciendo campaña por el candidato de la Hermandad Musulmana en la primera elección presidencial democrática en la historia de Egipto, que comienza hoy, con una posible segunda vuelta el próximo mes. Desde un puesto cubierto en el mercado callejero en medio de un vecindario de clase media en las afueras del Cairo, entrega folletos y se involucra en largas discusiones sobre los meritos de Mohamed Morsi, tratando de ganar la simpatía de los transeúntes, asume que son escépticos sobre la mayoría de los medios liberales.
“Morsi representa un gran proyecto colectivo”, dice a un panadero a cuyos hijos enseña. “Recolectamos ideas para reconstruir Egipto de 25 países, incluyendo experiencias exitosas de Malasia, India y Turquía. Estamos trayendo a empresarios del extranjero que están dispuestos a invertir millones. Tenemos 20.000 ideas para el renacimiento de Egipto”.
La organización más poderosa del país ha movilizado su máquina electoral en las últimas semanas al mercado a Morsi, el líder por más tiempo de la Hermandad y ahora líder de su partido, Libertad y Justicia, celebrando 25 reuniones a lo largo del país sólo el domingo. Pero es un recién llegado a una tortuosa carrera con candidatos entrando y saliendo, y el mismo rol del presidente aún para ser definido por una constitución aún en borradores.
La votación está siendo observada de cerca, en particular por las potencias occidentales, porque señala la dirección después de la sublevación política en el país más habitado del mundo árabe, uno que a menudo ha marcado tendencias.
La entrega del mando de los militares al presidente se supone marcará el fin de una transición caótica. La Hermandad –uno de los partidos islamistas que ha sido el principal beneficiario del cambio de orden en Medio Oriente- surgió como la fuerza más grande en las primeras elecciones parlamentarias de Egipto. Desde entonces ha estado en una ofensiva para persuadir a votantes y extranjeros que tiene las ideas y la habilidad para llevar el país y su deprimida economía a una dirección más estable.
Morsi es la segunda opción de la Hermandad. Entró en carrera el mes pasado luego de que Khairat al-Shater, el estratega más antiguo del grupo, fuera descalificado por la comisión electoral por sus detenciones durante el régimen de Mubarak. Eso le ha ganado la etiqueta de “rueda de repuesto” a Morsi.
La Hermandad ha estado trabajando duro en una visión del futuro de Egipto. Aunque la campaña de Morsi ha estado llena de referencias religiosas y se denomina a sí mismo como el único islamista verdadero en carrera, su campaña también está siendo vendida como la carrera de un “proyecto renacentista”.
En las calles, la inhabilidad del grupo de controlar el ejecutivo y entregar una nueva forma de gobierno le ha costado apoyo. Las encuestas de opinión, aunque no son consideradas fiables, sugieren que Morsi se está quedando atrás de los otros candidatos –Amr Moussa, el ex ministro de asuntos exteriores, y Abdel Moneim Aboul Fotouh, ex líder de la Hermandad reúnen apoyo de liberales e islamistas.
Pero los oponentes de Morsi dicen que su campaña no debe ser mirada en menos. Con muchos votantes indecisos, la opinión pública es volátil. En sondeos recientes, por ejemplo, Ahmad Shafik, un ex primer ministro abiertamente opuesto a la revolución, surgió como el líder. La semana pasada, Hamdeen Sabahi, el candidato de izquierda, también parece haber ganado apoyo.
La Hermandad, además, es el único grupo con una parte cautiva del electorado y una máquina poderosa para movilizar votantes. Su campaña ha estado en contacto con áreas más allá de los recorridos de otros candidatos. “Morsi no aparece en las encuestas”, dice un funcionario que trabaja para un rival.
Si su candidatura fracasa, el partido del grupo tendrá que lidiar con un presidente con un potencial programa hostil y una milicia buscando limitar su influencia. Mientras Moussa es visto como débil frente al ejército y Shafik –que es su candidato favorito- Aboul Fotouh podría demostrar ser un compañero aún más problemático.
Los rivales de Morsi afirman que como presidente tendría un jefe no electo y que su gobierno implicaría un favoritismo a los miembros de la Hermandad. El líder de un partido político anti-islámico dice que el grupo es un “peligro” para el estado.
Shater, sin embargo, rechaza las preocupaciones, insistiendo que la Hermandad no debería mirarse distinto del partido Democrático de EEUU. “El presidente se refiere a la Constitución y punto, y las leyes y el mérito gobernarán”, dice.
En el corto plazo, la necesidad podría dictar un pragmatismo que triunfe cualquiera sea la ideología política que venga del grupo líder. En el largo plazo, sin embargo, y a pesar del resultado de las elecciones presidenciales, el partido político de la Hermandad tendrá que demostrar a los escépticos que también ha hecho su transición desde la era Mubarak al nuevo Egipto democrático.
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