La confianza es el núcleo fundamental de las sociedades, bajo ella se cimienta la calidad y proximidad de las interacciones de los miembros del sistema social. En términos prácticos, dichas interacciones facilitan que los individuos generen redes de cooperación mutua que les permitan superar los desafíos e inseguridades colectivas que surgen fruto de la convivencia social. De esta forma, la confianza social -esa que se da entre sujetos que cohabitan una región determinada- determina el tejido social bajo el cual se da sustento a la vida en comunidad y la cual permite que ésta perdure en el tiempo.
Durante los últimos años nuestro país presenta un sistemático declive en los niveles de confianza ciudadana, no sólo hacia autoridades e instituciones sino que también hacia el resto de los ciudadanos. Dicha situación debe ser tomada con especial atención, pues no sólo afecta la configuración social, sino que también la forma en la cual construimos una sociedad basada en valores como el respeto y la caridad. La literatura científica en el área nos entrega una nutrida gama de hipótesis que permiten aproximarnos a la comprensión de este fenómeno, algunas de ellas apuntan a los cambios sociodemográficos, efectos generacionales o la convivencia en espacios físicos comunes.
En este sentido, la encuesta PULSO-UDD exhibe interesantes resultados para comprender el rol de los espacios físicos, los cuales en su expresión más sencilla corresponde a los barrios, pues son en ellos donde personas poseen mayores posibilidades de interactuar con sus pares, apoyarse e inclusive generar “proyectos” comunes en pos de mejorar su calidad de vida. De esta forma, verificar que 1 de cada 3 encuestados declara que no conoce a ningún vecino al cual pueda pedirle un “favor sencillo”, da una clara señal de que algo está ocurriendo con la vida en comunidad de los chilenos. Si a este factor le sumamos que un 22% de los encuestados declara que sólo ha habitado en su barrio actual durante un período igual o menor a un año, y que un 32% declara que ya no vive en la misma zona donde se desarrolló su niñez, es posible establecer que un fenómeno más profundo está afectando la convivencia en comunidad y, por consecuencia, la construcción de confianza social entre individuos.
Por ejemplo, imaginemos un sujeto que ha desarrollado su vida en una misma zona geográfica, interactuando comúnmente con las mismas personas, construyendo de esta forma una relación que le parece natural con quienes lo rodean. Ahora, suponga que este mismo sujeto en vez de vivir toda su vida en el mismo barrio, ha pasado una importante parte de su vida cambiando de ciudad en ciudad, esto genera que no encuentre natural la relación con sus vecinos, que no invierta tanto en su vida en comunidad debido a que sabe -o supone- que tarde o temprano tendrá que cambiar de lugar. Este fenómeno no sólo afectaría la relación con la comunidad, sino que la posibilidad de un individuo de relacionarse directamente con sus pares y cosechar relaciones de reciprocidad que le permitan encontrar apoyo en aquellos que lo rodean.
Por consecuencia, los efectos de una vida más dinámica y más expuesta a cambios geográficos afecta directamente la capacidad de asociatividad entre individuos, el desarrollo de proyectos comunes y la fuerza de las instituciones tradicionales, tales como juntas de vecinos, lo cual en el tiempo debilita el tejido social y contribuye al deterioro de la forma más básica de vida humana, como es la vida en comunidad, lo cual posee a su vez una serie de consecuencias negativas para el desarrollo de actitudes sociales, cívicas e inclusive morales pues, ¿para qué voy a preocuparme de los que me rodean si tarde o temprano tendré que dejarlos?
*Profesor e investigador UDD.