Era septiembre del año pasado cuando Rick Perry tropezó con el problema de los inmigrantes ilegales. En sólo semanas, el liderazgo del gobernador de Texas en la contienda por la nominación republicana 2012 había desaparecido, y con él, su candidatura a la presidencia.
Pocos republicanos han olvidado el escándalo en el partido cuando Perry, al hablar en un debate en Florida, dijo que cualquiera que se opusiera a que los hijos de los inmigrantes ilegales obtuvieran apoyo público para la educación no “tenía corazón”. Mitt Romney, ahora el presunto candidato del partido, rápidamente se abalanzó sobre la declaración de Perry, manteniendo una línea dura en materia de migración durante toda la contienda de las primarias.
Barack Obama y su equipo de campaña están decididos a que nadie se olvide de la postura de Romney en materia de inmigración. De cara a las elecciones y ante la baja aprobación en torno a la economía, la campaña de Obama está desplegando otras armas en su lucha, con pocos grupos más importantes que los latinos.
La población hispana, una definición que abarca a todo el que tenga padres o antepasados de países de habla hispana, alcanzó los 50 millones en 2010, o uno d e cada seis estadounidenses. En 2050, según las proyecciones actuales, ésta podría ser un tercio de la población.
A medida que los latinos se han vuelto más ricos, no han seguido el camino convencional de las primeras comunidades de inmigrantes más conservadores. La ascendente ala anti-inmigración de los republicanos tampoco les ha dado una cálida bienvenida, rechazando cualquier propuesta -como la Dream Act-, que propone encontrar una manera para que los inmigrantes ilegales obtengan la ciudadanía estadounidense. Las voces republicanas más fuertes se identifican con la deportación en masa, arrestos y vallas fronterizas electrificadas.
La división en torno a los latinos subraya una tendencia más amplia que algunos analistas encuentran preocupante: una profundización de las divisiones políticas a lo largo de líneas raciales y étnicas. Esta tendencia debería favorecer a los demócratas, luego que el número de obreros blancos, un electorado republicano sólido se está reduciendo. Estados como Texas, que ya es más de un tercio hispano, podría inclinarse hacia los demócratas en 2020 después de dos décadas como baluarte conservador.
Para Romney éste es un reto más inmediato. Empresario con fuertes instintos pro-inmigración, se apegó fuertemente a la derecha en las primarias, con la promesa de vetar la Dream Act y buscar políticas tan duras que los ilegales preferirían “auto deportarse” en lugar de permanecer en EEUU.
Romney está pensando en cómo recuperar el terreno perdido con los hispanos. Están siendo ayudados por Marco Rubio, el senador republicano por Florida, que está preparando una nueva versión de la Dream Act que sea aceptable para la derecha.
Rubio, quien es de origen cubano, tiene credenciales inusuales para construir puentes en un tema difícil: él es tanto favorito del movimiento Tea Party como alguien que ha intentado por mucho tiempo moderar el tono del debate sobre la inmigración.
En cierto sentido el problema está resolviéndose. La desaceleración económica, el endurecimiento de los controles fronterizos y el aumento de la prosperidad en México, llevaron la inmigración a un punto muerto en 2011, según el think tank Pew Research Center. El número de inmigrantes ilegales procedentes de México viviendo en EEUU también ha disminuido, pasando de 7 millones en 2007 a 6,1 millones en 2011.
Pero este vuelco no se ha filtrado hacia el debate político. La única pregunta para Romney no es si él cambiará su posición, sino cómo y cuándo.
Huntsman señala: “Romney tendrá que hacer algunos vuelcos creativos para llegar a donde necesita estar”.
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