A medida que el doloroso experimento de Egipto con la democracia llegó a un sangriento final la semana pasada, lo mismo ocurrió con las últimas esperanzas para la Primavera Árabe. La ilusión de que la revolución de la gente que arrasó la región hace dos años debiera llevar a una nueva era de libertad democrática y las relaciones cordiales con el occidente fueron destruidas cuando los soldados egipcios abrieron fuego contra ciudadanos egipcios.

La responsabilidad del fracaso de la democracia en Egipto, Libia, Yemen y más allá, es altamente compartida. A las fuerzas contrarrevolucionarias les costó ceder el poder. Las fuerzas islamistas y liberales todavía deben aprender las reglas del compromiso democrático. El trabajo duro, la organización y las políticas son necesarios para que la democracia tenga éxito, en vez de la simple protesta. Finalmente, los ecos de la ambivalencia histórica del occidente a la emergencia de la expresión democrática en el Medio Oriente resonarán. Muchas de las revoluciones fueron contra viles regímenes autoritarios apoyados por Occidente como el mejor guardián de los intereses petroleros y el estado de Israel.

Estados Unidos, en particular, ha tenido problemas para reconciliar sus prioridades estratégicas con principios democráticos. Más a menudo esto ha tenido consecuencias para la región. La guerra civil palestina ha generado un juego de poder respaldado por Estados Unidos contra Hamas cuando el grupo extremista islámico ganó las elecciones en Gaza. Había esperanzas de un restablecimiento de las relaciones con el mundo musulmán tras la llegada de Barack Obama a la presidencia estadounidense en 2009.

En su discurso en El Cairo, Obama llamó a un "nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes alrededor del mundo". Aún así, Washington se mantuvo en silencio cuando las fuerzas armadas egipcias derrocaron a otro gobierno islámico elegido de manera democrática el mes pasado.

Pese al creciente número de muertos en El Cairo, Estados Unidos todavía no sabe si suspender la ayuda militar de US$1.300 millones, que es crucial para equipar a las fuerzas armadas egipcias. Esto debiera hacerse. Mientras los militares estén disparando contra ciudadanos y mantengan las riendas del poder, no puede haber esperanza de una democracia en Egipto.

¿GARANTÍA DEMOCRÁTICA?
Pero enviar al ejército de vuelta a los cuarteles y realizar elecciones no es garantía de que habrá democracia en el país árabe más poblado. La democracia sólo florecerá si, mientras tanto, aquellos en el poder establecen las bases del gobierno representativo: la separación de poderes, instituciones independientes y, más importante, la protección de las minorías.

Habrá quienes apunten a la tragedia de Egipto como muestra de que el mundo árabe no calza con la democracia. Ellos se verán animados por el oscurecimiento  de la Primavera Árabe para argumentar que sólo los regímenes autocráticos pueden llevar a la estabilidad en esos países.

Aún así, esto es apoyar un consejo de la desesperación. El camino a la democracia será difícil y complejo. Pero la democracia no ha fracasado de manera definitiva en el Medio Oriente. Todavía hay que intentarlo.

© The Financial Times Ltd. 2011
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