Por años la gente ha predicho la muerte del partido republicano en Estados Unidos. La caída de la población blanca como porcentaje de la población estadounidense y la expansión de los valores de tolerancia, como el apoyo al matrimonio homosexual, gradualmente han reducido su atractivo. Aún así, el Grand Old Party tiene un tenaz camino de rebote. Las próximas elecciones de mediano plazo en noviembre probablemente no serán una excepción, mientras el terreno republicano para la próxima elección presidencial se ve más fuerte que en cualquier otro momento en la década de los 2000. Por ahora, va bastante bien para los republicanos.

Consideremos las elecciones parlamentarias que se acercan. El presidente Barack Obama lo está dando todo en términos de recaudación de fondos para mantener el control demócrata del Senado. Lo que queda de su período presidencial depende de esto. Incluso los optimistas acérrimos dudan de que los demócratas puedan recuperar el control de la Cámara de Representantes. Aún así, mientras mayores son los esfuerzos de Obama, más cae su aprobación. La semana pasada llegó a nuevo mínimo de 41% de aprobación versus 54% de desaprobación. La historia dice que los partidos de presidentes impopulares pierden terreno en las elecciones de mediano plazo. Es improbable que este año rompa esa tendencia.

Los republicanos deben ganar seis escaños para retomar el control del Senado en noviembre. 21 de los 36 escaños posibles son de demócratas y siete de ellos están en estados donde ganó Mitt Romney en 2012. En contraste, sólo uno de los 15 escaños republicanos que están en disputa fue ganado por Obama. Los demócratas en pie de guerra, como Mary Landrieu de Louisiana y Kay Hagan de Carolina del Norte, están esencialmente compitiendo contra Obama. Han dejado claro que no quieren su apoyo visible y hablan de Obamacare (su emblemática ley de salud) como si fuera una especie de virus. Charlie Cook, veterano pronosticador, ahora le da a los republicanos una probabilidad mayor que 50:50 de que controlarán ambas cámaras por el resto del período de Obama. No está mal para un partido en caída.

Fuera de Washington, los republicanos están más al alza que en caída. En 24 estados el partido mantiene la gobernación y ambas cámaras de la legislatura, contra sólo 16 estados donde los demócratas tienen control total. Los 10 restantes están divididos. Dicho esto, 30 estados tienen gobernadores republicanos.

En algunos casos, como Texas, donde la minoría latina está a punto de convertirse en mayoría, el futuro está dicho para los conservadores a menos que abandonen su reflexivo nativismo. En otros, como California, donde los republicanos durante mucho tiempo han hecho lo mejor posible para alienar a los grupos de inmigrantes, el partido enfrenta la posibilidad de estar en permanente minoría. A los no blancos no les gusta ser el chivo expiatorio de los males de la sociedad. Ellos también tienden a ser más tolerantes con la redistribución fiscal que los blancos. Ser un partido de "gobierno pequeño y grandes prisiones", no es una receta para el éxito republicano de largo plazo.

Aún así, hay algo profundo dentro del ADN de la política estadounidense que recicla una primera generación de demócratas en una segunda generación de conservadores. Durante la mayor parte del siglo 20, los italianos e irlandeses católicos eran un bloque que votaba por los demócratas. Richard Nixon y Ronald Reagan cambiaron esto en parte apelando a sus miedos raciales y en parte apelando a sus aspiraciones de movilidad social ascendente. No hay una regla que diga que los latinos no pueden moverse hacia el territorio republicano. De los grupos étnicos de Estados Unidos, sólo los votantes afroamericanos y judíos son firmemente demócratas. Si un congreso controlado por los republicanos puede impulsar una reforma migratoria el próximo año, también podría deshacer gran parte del sentido de alienación que sienten los latinos. Con apenas un cuarto del voto latino en 2012, el desempeño de los republicanos sólo puede mejorar.

Mucho de esto marcará quién gane las elecciones de 2016. Los demócratas han ganado cinco de las últimas seis elecciones presidenciales, si se incluye la victoria de George W. Bush impuesta por la Corte Suprema en 2000 (aunque perdió la votación popular). La demografía sugiere que se hará un poco más difícil con cada ciclo para un republicano llegar a la Casa Blanca. Más aún, los activistas conservadores en lugares como Iowa y Carolina del Sur se están moviendo incluso más allá desde la masa estadounidense. Los evangélicos, opuestos a los derechos reproductivos de las mujeres y la homofobia son cada vez pilares más excéntricos de una base anciana y blanca. Se hace cada vez más difícil para un republicano moderado y socialmente tolerante ganar la corona de su partido. O por lo menos eso dice la teoría.

Aún así no hay nada como una perspectiva de victoria para consolidar a un partido derrotado. En 2012, los republicanos más talentosos se quedaron tras bambalinas. El terreno incluía a Romney más un espectáculo de rareza humana. Era obvio en qué dirección soplaba el viento. En contraste, la mayoría de los grandes nombres esta vez no están lanzando su sombrero ni están coqueteando con la idea. Del libertario Rand Paul, a los moderados Rob Portman y Chris Christie, y el dinástico Jeb Bush, el talento republicano claramente huele una oportunidad.

El contraste con los demócratas es fuerte. Sólo es probable que Hillary Clinton aspire a la presidencia y sus asesores están agonizando por distanciarse de Obama sin arriesgar su apoyo.

En cuanto a Obama, cómo resultó el debate por la ley de salud ha hecho más por desacreditar el argumento a favor de un gobierno federal activista que lo que los republicanos podrían haber esperado alcanzar. Ahora, el ala de cambio del partido democrático está quieta. Será difícil para Clinton reavivar su entusiasmo. Esto da a los republicanos su mejor opción desde 2000 de volver a la Casa Blanca. El partido de ayer podría todavía tener un futuro.

COPY RIGHT FINANCIAL TIMES

© The Financial Times Ltd, 2011.