El ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, tuvo una semana pasada muy positiva. Logró imponer en el Gobierno -está por verse si en la Nueva Mayoría- su criterio respecto de que debía elaborarse un Presupuesto 2017 austero. Las clasificadoras de riesgo estaban mirando con atención su diseño, los empresarios y los parlamentarios. Cada uno con un interés propio. Las agencias de rating querían saber si el crecimiento del gasto fiscal implicaría un detrimento de las finanzas públicas; los empresarios también, pero adicionalmente verían con cuidado el efecto en la inflación y, por consiguiente, en la política monetaria. No por nada se decía de antemano que, si había un gasto muy expansivo, la confianza de los empresarios podría empeorar. Por último, los parlamentarios que van a la reelección -en particular los del Partido Socialista- buscaron presionar por un erario más expansivo so pretexto de impulsar la alicaída actividad económica.
Se esperaba un crecimiento de 3% para que fuese prudente y cumpliera con la regla fiscal. Pero no. Fue 2,7%. Además, la meta de disminuir el déficit estructural gradualmente en torno a 0,25 puntos del PIB por año a parámetros comparables, sigue en pie. Sin duda una sorpresa positiva para los dos primeros actores mencionados más arriba.
Para los políticos el diseño del presupuesto también les hace un guiño, ya que la inversión pública, que se mantiene en torno al 4% del PIB, convergerá en un incremento de 10,8%. “Tuvimos un aumento de la inversión pública muy significativa en 2014, 2015 y 2016. En 2017 esta alza empieza a normalizarse, pero ese nivel de inversión sigue siendo muy alto”, dijo el viernes. También presenta algunas soluciones a ciertas demandas sociales, porque el ítem de educación se elevará un 6,2% y las pensiones solidarias se reajustarán en un 10%.
Todo lo anterior está mostrando al ministro en su esplendor, muestra con nitidez sus principios, los que fueron ratificados en la conferencia del viernes y en una entrevista a El Mercurio en su edición de ayer.
En estos días defendió e impuso su visión de austeridad con la aplicación de conceptos como reasignación de recursos y priorización de las necesidades. Otra definición interesante es que el progresismo no se construye con irresponsabilidad fiscal. Por ello invita a salirse de la mecánica que más gasto fiscal produce más crecimiento. Para ello aplica un argumento técnico: el multiplicador fiscal. Que en la práctica es cómo influye en la actividad el gasto del gobierno. El punto es que la academia ha determinado que, en países pequeños y abiertos, como es el caso de Chile, el efecto es moderado, y eso Rodrigo Valdés lo sabe.
Un mensaje adicional del ministro a distintos públicos es que nada que se hace en economía tiene colateral cero, aludiendo en la entrevista al tema previsional, en particular al alza de la cotización por el empleador.
Pero las palabras que parecían tener un destinatario dentro de las filas de la Nueva Mayoría, y por qué no en algunos de los ministros de la actual administración, es que las elecciones se ganan haciendo un buen gobierno, no con un gasto alocado. Valdés cumplió una de sus principales tareas del segundo semestre, aunque quedan algunos otros proyectos e iniciativas que también están preocupando y respecto del cual se debe fijar la atención. Uno de los principales es el de regionalización -con la elección directa de intendentes- y su eventual impacto en las inversiones regionales, así como también cómo se lleve adelante la discusión de mejorar el sistema previsional.