Los observadores de inteligencia de batallas épicas que combaten las empresas tecnológicas en los tribunales estadounidenses concluyeron hace mucho tiempo que el sistema de patentes del país ya no calza para el propósito consagrado en la constitución de promover "el progreso de la ciencia y las artes útiles".

El presidente Barack Obama, quien ha ejercido su derecho de veto para levantar una prohibición a importar algunos productos de Apple hacia Estados Unidos, parece tener algo de simpatía con los críticos, incluso si es poco probable que tal acción extrajudicial logre el acuerdo preferido. La intervención, que revierte el único revés judicial significativo que Apple ha sufrido en Estados Unidos frente a su archirrival Samsung, inevitablemente generó suspicacias acerca de las razones del presidente. La breve base lógica ofrecida por Michael Froman, representante de comercio de EEUU, no ayudó mucho en reducir esas preocupaciones.

No es la primera vez que se ha puesto en duda la objetividad del sistema de patentes estadounidense. En un juicio de patentes contra Samsung el año pasado, las simpatías de un jurado de California le dieron una ventaja a Apple. La impresión de que Estados Unidos usa su sistema de patentes como un instrumento de protección de comercio amenaza con poner en jaque los esfuerzos internacionales por hacer cumplir los derechos de propiedad intelectual, algo que la economía estadounidense, que gana su tajada por desarrollar tecnología en casa y explotarla en el extranjero, mal puede permitirse.

Sin embargo, Obama vetó una decisión que merecía revertirse. Involucraba una patente llamada "patente de estándar esencial" -en este caso, para tecnología que es necesaria para fabricar un celular que funcione con red 3G. La mayoría del valor en esta tecnología radica no en sus ventajas inherentes, sino en el hecho de su adopción, la cual evita el uso de alternativas incompatibles que de otra manera son solo buenas. Las convenciones de la industria dictan -y cada vez más los reguladores antimonopolios están insistiendo- que los tenedores de tales patentes debieran licenciarlas para todos los futuros actores en términos razonables y no discriminadores.

 Samsung también llevó el caso a la Comisión de Comercio Internacional de EEUU, que ejerció su poder de prohibir importaciones de productos de Apple. Si Obama no hubiera vetado esta decisión, habría fortalecido de manera dramática la postura de Samsung, permitiéndole extraer mucho más que el precio justo del estándar de la industria en cuanto a transmisión de tecnología. Otros habrían seguido la demanda: hay cientos de patentes que cubren los estándares de la industria que un típico dispositivo debe acatar. Sus dueños podrían haber demandado a los manufactureros que quisieran venderlo en Estados Unidos. Eso habría puesto en juego la existencia de una de las industrias más inventivas de Estados Unidos.

Sin embargo, que este resultado se evitara solo a través de un dictado presidencial, es, sin embargo, vergonzoso y perjudica la reputación de Estados Unidos como nación de leyes. Al evitar el mal funcionamiento legal en esta ocasión, Obama debiera arreglar el diseño. La prohibición de postulaciones de patentes debe ponerse en el tapete para bloquear "inventos" que son de valor cuestionable. Una vez emitida, las patentes debieran ser más difíciles de desafiar. Obama no puede dar la impresión que actuará solo sobre patentes cuando las grandes empresas estadounidenses estén en el lado perdedor.

© The Financial Times Ltd. 2011