En diciembre se cumplen dos años de Enrique Barros Bourie en la presidencia del Centro de Estudios Públicos (CEP) en reemplazo del histórico Eliodoro Matte. Pero su historia en el think tank es más larga que eso, pues se extiende desde los orígenes de la institución a principios de los años 80. Y bajo ese alero, con tono pausado, pero no por ello menos firme, el abogado y profesor de la Universidad de Chile hace un análisis de los cambios en la sociedad chilena, sin dejar de lado la actual coyuntura presidencial, en la que también se hace cargo de los cuestionamientos a la encuesta que realiza el CEP.

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¿Cómo ha sido la vorágine de hacerse cargo del CEP?

-Llegué a ser presidente en un momento en que terminaba la presidencia de Eliodoro Matte, que había sido presidente durante tantos años, una persona que había movido a un grupo de empresarios detrás del CEP, pero no sólo detrás del financiamiento, sino que también detrás de una idea que compartíamos con los académicos más intensamente vinculados al CEP, de que tenía que ser una institución independiente bajo todo respecto y neutral en todo lo que tenía que ser neutral, teniendo ciertos principios básicos: un liberalismo en un sentido clásico, de que una sociedad prospera y se desarrolla sobre la base de la iniciativa y de la interacción espontánea de mucha gente que va creando riqueza, va innovando, va inventando, también en el arte. Y lo otro, una fuerte orientación republicana: el CEP siempre estuvo motivado por el bien del país desde los años anteriores a la transición democrática. Uno de los riesgos que tiene una institución como esta es que muera con la generación que la forma. Mi responsabilidad está orientada a concluir una transición hacia una nueva generación.

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¿Eso tiene fecha?

-Termino mi presidencia en diciembre de 2018. Mi meta ha consolidar el CEP en un horizonte de largo plazo. Tenemos un Comité Ejecutivo excepcional formado por empresarios muy notables y por académicos de primera línea, muy preocupados por el desarrollo de la institución y del país, como se mostró, por ejemplo, en la intensidad con que se trabajó para buscar un nuevo director (Leonidas Montes) una vez que supimos de la partida de Harald Beyer. Me alegra que se haya mostrado que con todos los cambios la institución subsista con sus mismos principios, aunque las personas cambien.

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Es muy importante que se produzca un cambio generacional. Tenemos un estatuto lo suficientemente claro respecto de cómo se producen los cambios, hay ciertos límites de edad para pertenecer al Consejo Directivo y al Comité Ejecutivo. La renovación viene, es algo totalmente inevitable.

¿Cuáles han sido los mayores logros de estos dos años?

-El principal trabajo ha sido convocar a una Comisión de Reforma del Estado, integrada en su mayoría por personas ajenas, pero con un excelente apoyo de investigadores internos. Ésta surgió de una convicción de que el Estado no ha sido objeto de la modernización que ha sufrido la sociedad chilena. Es profundamente ineficaz, está cooptado políticamente, en gran medida es un botín. No se le ha metido cabeza ni voluntad.

¿Ve señales de que estas propuestas sean acogidas por el siguiente gobierno?

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-Es uno de los temas que debieran ser objeto de la discusión política en el próximo tiempo. Es claro que hacer el Estado más eficiente no es un tema que tenga convocatoria política muy inmediata, pero va dirigida a que el Estado tiene que hacer su pega.

Una parte de las propuestas se orientan a la gestión legislativa, ¿eso podría hacer que fueran más resistidas en el Congreso?

-No cabe duda de que los parlamentarios deben tener recursos suficientes para financiar sus oficinas parlamentarias y todo lo que tiene que ver con sus contactos con la comunidad. Pero otra cosa es que todos los fondos vayan preferentemente a esa función. El Parlamento necesita una asesoría técnica para la discusión de las leyes. No es sólo un problema tecnocrático, sino que también asumimos que la asesoría permanente al Parlamento también debe provenir de expertos de primera línea -que tengan una cierta cercanía ideológica o de orientación sobre las posiciones políticas que hay en el Parlamento. Pero debe existir un mecanismo de selección que garantice su calidad técnica y que esté al servicio de un buen proceso legislativo.

En una entrevista en La Tercera señaló que estos cuatro años básicamente habían sido perdidos. ¿Eso provocó un daño estructural en el país?

-Hay que ser justos en una cosa: aquí ha habido cambios muy fuertes, en ciertas orientaciones. En educación, por ejemplo, la identidad de lo público con lo estatal en mi opinión ha sido fatal, porque eso no responde a lo que ha sido la historia de la educación chilena, contradice la creciente fortaleza de la sociedad civil y, en definitiva, el Estado tampoco está preparado. Pero hay ciertos cambios que son razonables. ¿Hacia dónde voy? A que en el fondo hay algo que se ha mantenido y que es estructuralmente correcto. La modernización temprana de la economía chilena se caracterizó por la apertura al mundo, al libre comercio, y Chile sigue siendo campeón del libre comercio. Ha apoyado el pacto del Pacífico enérgicamente, acaba de firmar una ampliación del TLC con China. Hasta ahí todo bien, pero eso supone exigencias de orden interno que son muy fuertes, porque para sobrevivir en mercados globalizados se requiere una autodisciplina muy fuerte. Es ahí donde veo que hay serios problemas y por eso son fuertes los desafíos que va a tener el próximo gobierno.

Un estudio del CEP señala que el crecimiento potencial del país sería 2 pp mayor si no fuera por factores internos…

-Hay un riesgo para la explosión de ofertas que suponen gasto, que es la necesidad de austeridad fiscal. Nos encontramos con un gobierno que tendrá una tarea muy difícil, porque aun cuando la deuda fiscal total en términos comparativos no sea tan alta, sí hay una tendencia extremadamente peligrosa que es la inercia del alza del gasto más allá de lo que el país crece. La tendencia es lo grave. Una cierta austeridad fiscal será absolutamente necesaria. Y eso hace que las exigencias de racionalidad en el gasto aumentarán enormemente. La necesidad que tenemos hoy en Chile de un buen gobierno es probablemente muy superior a la que hemos tenido en períodos anteriores.

Algo que también es tremendamente importante y más preocupante después del resultado de las últimas elecciones es una comprensión de lo que sostiene el progreso: si hay algo que caracteriza a los países más exitosos es que en todo aquello que es condición para el crecimiento y el desarrollo, existen ciertos acuerdos que nadie toca. Hay acuerdos básicos en principios y reglas que son condición de una economía dinámica. La economía funciona sobre la base de prospecciones de largo plazo. Lo que no puede ocurrir es que el país viva en una tensión permanente de si las reglas básicas del juego se mantienen o no. La inestabilidad de los supuestos de desarrollo es más grave en ese sentido. El problema más serio es convenir en instituciones y reglas que permitan el desarrollo de la sociedad civil y de la economía con horizontes de largo plazo. Esa es la perspectiva liberal básica que sostiene el CEP y que creemos es condición absolutamente necesaria para el desarrollo.

¿Y eso se dañó?

-Esas confianzas se han dañado. Si se escucha lo que se dice en la política chilena, pareciera que el país puede tomar cualquier dirección.

¿Es posible restaurarlas?

-Una de las tareas esenciales es restaurar esas confianzas, pero eso supone acuerdos muy amplios. El próximo gobierno, cualquiera sea, tendrá una seria dificultad.

Uno de los dos candidatos a segunda vuelta ha reiterado que profundizará las reformas de este gobierno, ¿pareciera que no da lo mismo quién gane en función de lo que señala?

-Lo más peligroso es cuando los programas políticos se hacen sin un soporte técnico que permita valorar los costos y asegurar los beneficios. Por eso es importante hoy saber quiénes son los que está detrás de cada una de las candidaturas.

En el caso de Piñera está claro, quien falta es Guillier…

-El Estado necesita administración y necesita gobierno de gente que tenga una gran autoridad, autoridad profesional, autoridad política y creo que es condición para cualquier gobierno.

El votante no piensa en eso…

-El votante no piensa en eso, sino que más probablemente está influido por emociones. Pero al final del día lo que busca es su interés y el de su familia, que tiende a ser coincidente con el del país.

¿Y no sería el momento más adecuado para las emociones?

-Este es un pésimo momento para que predominen las emociones, porque como dijo Weber hace un siglo, la ética que rige la política es de responsabilidad por los resultados y no una de las aspiraciones inarticuladas que por definición son infinitas. Las emociones fueron un importante componente en la elección reciente. Sin embargo, conviene ser prudente, porque si bien el Frente Amplio se plantea ideológicamente con una posición muy fuerte, creo que el votante de alguna manera ve en ese movimiento una frescura de la cual carece el resto del sistema político, más que un compromiso político.

Respecto del libro "El Otro Modelo...", de Fernando Atria ¿qué es lo que demanda la sociedad, que vota estructuralmente de centroizquierda, pero que goza de las reglas de centro derecha?

-Hay un desafío para la centro derecha, de convocar a personas que entienden la necesidad de una política orientada al progreso, pero que tienen los miedos típicos de la nueva clase media chilena. Tienen miedo a la vejez sin previsión, a que el sistema de salud no funcione cuando lleguen las enfermedades, que tiene la expectativa de que sus hijos tengan mejor educación, pero sus ingresos no dan para costearla. En otras palabras, eso supone un consenso social liberal muy fuerte. Esa orientación, por mucho que la derecha la tiene, no es percibida como real.

¿Esto es estructural por la herencia del régimen militar?

-Tengo la impresión que hay una asimetría. La ideologización, la violencia verbal, la aspiración a refundar el país aun por la fuerza que inspiró a la UP, ha pasado absolutamente a segundo plano por la violación a los derechos humanos por el régimen militar. Eso hizo que el equilibrio moral se produjera en desmedro de la derecha. Hayan estado involucrados o no en esa historia. Una de las cosas más importantes que está en la gestión en Chile, es que se neutralice esa hegemonía moral que ha sentido siempre la izquierda sobre sí misma y es bueno para el país que se neutralice, pues la política chilena hoy no representa esa situación.

¿Ve riesgo de que las ideas refundacionales de algunos candidatos, queden en la sociedad?

-Tengo la impresión de que la idea de refundación del país no tiene soporte social. Asumir eso como bandera política puede ser provechoso para movilizar emociones, pero no tiene sustento social. La gente quiere progresar en sus vidas, un Estado que funcione correctamente, las seguridades a las que me referí antes. Atrás de esto no hay un espíritu que sea fermento para una revolución Fernando Atria y el espíritu refundacional de la Nueva Mayoría tuvieron esa orientación, pero claramente ese no es un proyecto viable para Chile. Siempre habrá gente que esté en esa posición. Por ejemplo en Francia (Jean-Luc) Mélenchon, a la izquierda, en Alemania un partido de ultraderecha que tenga un 13% son preocupantes, pero estructuralmente no son riesgosos. Es difícil que puedan llegar a poner la música.

El FA no pone la música hoy, pero a cierto sector preocupa que pueda hacerlo en cuatro años. ¿Comparte esa visión?

-Ese es el principal riesgo que envuelven los resultados de las elecciones. Todos los proyectos empresariales, todos los proyectos de inversión, están mirando en un horizonte de más allá de un gobierno. Por lo tanto, este país tiene la necesidad reconstruir consenso sobre cosas esenciales. Pero eso supone no olvidar que subsisten los miedos de las clases medias y estos serán factores clave en la segunda vuelta y en lo que venga más adelante.

"Vamos a someter la encuesta CEP a una buena revisión (...) tengo confianza de que está bien construida"

¿Qué análisis hace el CEP del fenómeno del Frente Amplio?

-Tenemos un instrumento que es muy importante que es la encuesta, pero tratamos de no caer en análisis político más allá de eso, porque no queremos jugar partidos.

Las encuestas no leyeron el fenómeno del Frente Amplio.

-Vamos a someter la encuesta a una buena revisión, lo hemos hecho en otros casos. Estoy confiado en que la encuesta responde a protocolos y a estándares que son comprobados. Hemos contratado consultores, la muestra está bien. El muestreo está bien construido, las preguntas y la salida a terreno, también tienen un chequeo. En ese sentido, tengo confianza de que la encuesta está bien construida.

Lo que pasó en esta encuesta es probablemente un fenómeno muy peculiar. Si uno mira los resultados de la encuesta de julio-agosto curiosamente tuvo resultados muy parecidos a los de la elección presidencial. En julio-agosto Sebastián Piñera estaba alrededor de 40%, Kast estaba en 2%-3%, con lo que la derecha más o menos se explica. Beatriz Sánchez estaba en 20% y Alejandro Gillier estaba en 22%-23%. Es decir, esa encuesta es casi una foto de lo que fue el resultado final.

¿Qué pasó?

-La explicación más razonable es que cuando la segunda encuesta fue tomada hubo una serie de cosas que hicieron parecer que a lo mejor no era tan distinto. Si se considera la elección como otra encuesta, se produjo un trasvasije entre Piñera y Sánchez. Hay gente que expresa su molestia con el Gobierno o la Nueva Mayoría yendo de un lado hacia otro y hay una cierta volatilidad. No nos olvidemos que la sociedad chilena está tremendamente despolitizada. Los que hoy reconocen una afiliación política son tres o cuatro veces menos que hace 20 años. Eso hace que todo sea más volátil.

Lo que sí, es que puedo poner las manos al fuego por la absoluta honestidad de lo que se hace.

¿Hay otra forma de anticiparse?

-Vamos a hacer una revisión fuerte, lo vamos a ver en el próximo Comité Ejecutivo, después tendrá que ser tarea del nuevo director. Entre tanto, vamos a pedir fortalecer la auditoría que normalmente hacemos, en el sentido de que se cumplieron todos los protocolos. Naturalmente que hacia delante vamos a mirar cuáles son los mejores estándares que existen en el mundo...pero existen cambios que son indetectables por las encuestas cuando estás a dos meses antes de que comienza el trabajo en terreno.

Esto ha pasado en el mundo también con las encuestas...

-Claro, pasó con el Brexit, en Colombia con el sí y el no al acuerdo con las FARC, en Alemania... ahora hay una cosa en que quiero insistir y que es una tarea en la que siempre he pensado en el Comité Ejecutivo, y ahora deberíamos fortalecer: las percepciones políticas deben ser la punta visible del iceberg, pero el verdadero sentido de la encuesta es conocer la sociedad chilena. Ahí debemos hacer un esfuerzo adicional. Debe rastrear qué es lo que piensan los chilenos de manera más intensa.

Precisamente Harald Beyer había concluido que la clase media se había movido al centro derecha, pero la votación tampoco demostró eso. ¿Qué pasó?

-Si uno mira las percepciones que las personas tienen sobre su vida, su familia, la economía, uno ve que la sociedad chilena tiene grados altos de felicidad, con un grado de conformidad bastante mayoritaria con la vida que está llevando, que tiene expectativas de futuro, que si bien han bajado últimamente, son estables y fuertes, o sea positivas. Pero hay un salto que no necesariamente se da, que es el salto entre esa percepción de la vida y la decisión electoral. Chile ha sido estructuralmente de centroizquierda por un siglo. Probablemente, en las decisión político electorales, la gente no se comporta como se podría esperar con lo que es su pensamiento.