A veces en la vida se siente bien decir "te lo dije". La semana pasada fue uno de esos momentos. Hace cinco largos años, comencé intentando mostrar el lado oscuro del mercado Libor, junto con otros colegas del Financial Times como Michael Mackenzie.
En aquel momento, esto produjo una furibunda crítica por parte de la Asociación de Bancos Británicos (BBA), así como también de grandes bancos como Barclays, quienes se alarmaron. Pero ahora sabemos que, en medio de la fanfarronería, la realidad era peor de lo que pensábamos.
Según muestran los e-mail enviados por la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, algunos operadores de Barclays estaban involucrados en un perverso intento de manipular el mercado Libor a partir de 2006, con la motivación proviniendo de administradores senior. Y el banco británico puede no haber sido el único.
Sin duda, algunos financistas quisieran descartar esto como la obra de unos pocos comerciantes sin escrúpulos. Y, en concordancia con la habitual práctica bancaria, los autores más jóvenes de los comprometedores e-mails ya han sido despedidos. Pero el significado simbólico más amplio de estas revelaciones no puede dejarse pasar, porque deja al descubierto la prepotencia en el corazón mismo de la banca moderna.
Aún más sorprendente, en las últimas décadas los grandes bancos de inversión en la ciudad de Londres y Wall Street han visto cada vez más sus actividades envueltas con una adhesión evangélica a la retórica del libre mercado. Cuando han querido justificar los altísimos beneficios, innovaciones absurdas o, más recientemente, la necesidad de evitar que una nueva unidad normativa, siempre han citado los ideales de Adam Smith.
Pero lo que la historia de la Libor muestra es que el lenguaje de libre mercado ha sido honrado tanto en la violación como en el respeto, tomando prestada la frase de Shakespeare. Y eso no era sólo por unos pocos comerciantes de Barclays que estaban fallando en "poner precios honestos", como los mensajes de correo electrónico admiten.
En cambio, el verdadero problema era que la Libor nunca se organizó como un mercado adecuado, en primer lugar, que es precisamente la razón por la cual la manipulación continuó sin control en una escala tan amplia durante tanto tiempo.
Para entender esto, piense en el trabajo de Smith. Cuando el economista escocés escribió sus tratados hace más de tres siglos, vivía en un mundo donde los negocios estaban dominados por pequeñas empresas familiares. Smith dio por sentado que en cualquier sistema de mercado los intereses de los propietarios y gerentes deben estar alineados, y estas entidades actúan dentro de un marco social y moral más amplio.
Él también consideró otros dos ingredientes que debían estar en su lugar: la amplia y libre participación en los mercados, y la visibilidad de precios genuina. Sin ese acceso abierto, es difícil tener la competencia en una economía de mercado, o el ingrediente de suma importancia de la confianza.
Muchas partes del sistema financiero del siglo 21 muestran estos atributos; los mercados públicos de capital son (casi siempre) un ejemplo de ello. Sin embargo, en las últimas décadas, el sector de los swaps ha honrado estos principios sólo irregularmente, en el mejor de los casos. Y en el caso de la Libor, el precio era oscuro y caprichoso, ya que estaba basado en citas privadas, no ofertas tangibles.
Reformar este sistema no será fácil. Después de todo, uno de los motivos para que la BBA desarrollara su peculiar sistema de reporte de precios para la Libor en primer lugar fue que era más difícil usar un sistema de mercado abierto que acciones comerciales para fijar las tasas de préstamos. La tarea se ha vuelto doblemente difícil en los últimos años porque las partes del mercado de préstamos interbancarios se han secado.
Y mientras algunos actores financieros están ahora tratando de compensar esto recurriendo a otros puntos de referencia, tales como la OIS, es improbable que reemplacen a la Libor en un tiempo cercano.
Después de todo, un estimado de US$350 mil millones de contratos de derivados ya se han escrito usando la Libor como punto de referencia, y cerca del 90% de los préstamos comerciales e hipotecarios de EEUU estarían relacionadas con el índice también. Esto significa que la Libor -como las calificaciones crediticias- ahora está integrada al sistema, incluso con sus defectos.
Las revelaciones de la semana pasada muestran por qué es adecuado para las figuras políticas británicas, como el ex ministro de Hacienda Alistair Darling, pedir una revisión radical del sistema de la tasa Libor. También muestran por qué los legisladores británicos, y otros, no deberían detenerse ahí.
La historia de la Libor no es una rareza; por el contrario, hay muchas otras partes del mundo de la deuda y derivados que siguen siendo opacas, y siguen violando los principios básicos de Smith - incluso cuando los ejecutivos de los bancos principales se presentan como campeones del libre mercado. Es quizás una de las grandes ironías e hipocresías de nuestro tiempo; y una fuente de disgusto popular que los jefes ejecutivos ahora ignorarían bajo su propio riesgo.
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