Un Congreso dividido, fragmentado, ingobernable. Ese era el principal diagnóstico que emanaba tras los resultados del 19 de noviembre pasado.
La derrota parlamentaria de la Nueva Mayoría, la irrupción del Frente Amplio y el triunfo de Evópoli reconfiguraban el panorama político-parlamentario y alteraban el equilibrio de fuerzas en el Congreso, de una manera como no se había visto en años.
El desafío, entonces, estaría dado por la gobernabilidad, por la capacidad que tuviera el futuro Presidente de sumar fuerzas, empujar su agenda e impulsar la reformas que se había prefijado de cara a la carrera presidencial de segunda vuelta.
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El desafío no era menor, tanto Alejandro Guillier como Sebastián Piñera se habían auto sumado banderas ausentes en la primera vuelta y que sólo apuntaban a aunar más votantes sin mediar, necesariamente, las consecuencias que los compromisos de campaña y las promesas electorales acarrean.
La gratuidad en la educación era una de ellas; la condonación del CAE -que nunca se terminó por explicar del todo cómo se materializaría- otra promesa ícono. La reforma del sistema de pensiones uno más de los compromisos difíciles de sortear en el escenario parlamentario que se vislumbraba a partir de marzo de 2018.
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Por delante, además, la discusión de proyectos de por sí complejos, como la reforma de la Constitución o el matrimonio igualitario, dos iniciativas reimpulsadas por Bachelet en el último tranco de su gestión y que tienen a la actual conformación del Congreso entrampada.
Pero, contra todo pronóstico, el holgado triunfo obtenido ayer por Sebastián Piñera en segunda vuelta (55% versus 45% de Alejandro Guillier), estribado además por un notorio aumento de la participación electoral (320 mil votantes adicionales), abre la puerta para que el candidato de Chile Vamos tenga una fuerza no calculada previamente para desarrollar su propia agenda en el Congreso y sumar los adherentes necesarios para la aprobación de sus iniciativas.
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La jornada de ayer fue un duro fracaso para la centroizquierda, superior incluso al de 2009 en la carrera presidencial entre Eduardo Frei y Sebastián Piñera. El 45% anotado por Guillier no sólo puede ser interpretado como un rechazo al candidato de la Nueva Mayoría, que durante meses naufragó entre la indefinición programática y un mal manejo de su propia candidatura; también puede ser leído como un rechazo (a lo menos parcial) a la actual administración y sus reformas estructurales. Si fueron problemas de diseño, implementación o comunicación, es ahora un debate fárrago.
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Lo cierto es que la segunda administración de Michelle Bachelet sufrió un duro golpe por parte de los electores, quienes la castigaron tanto en las municipales de 2016 como en las parlamentarias de 2017 y en la presidencial que acaba de pasar ayer.
Bajo este escenario, la proyección de la administración Piñera es más positiva que hace un mes atrás: los 3,8 millones de votos obtenidos le dan un impulso no calculado. El mismo que, correctamente administrado, servirá para lograr los consensos y agendas necesarias para articular una discusión parlamentaria responsable, fructífera y que apunte al desarrollo y bienestar del país.