UNA OLA de descontento envuelve a Francois Hollande. Una encuesta de Ifop este mes mostró que su nivel de aprobación cayó a 20%, un mínimo para cualquiera de los presidentes en los 55 años de historia del sondeo.

Los problemas para Hollande han venido en oleadas. Su autoridad se vio fuertemente dañada en octubre, cuando respondió a una batahola nacional sobre la deportación de una estudiante gitana y su familia, ofreciéndole volver sola a Francia, lo que no dejó a nadie satisfecho. Este mes, la agencia calificadora estadounidense Standard & Poor's, rebajó la nota de Francia por segunda vez en dos años.

Algunos sindicatos han salido a las calles para mostrar su ira, como los boinas rojas. Demostraciones similares se ven en toda Francia. El jueves, cuando murió un bombero en un accidente, cientos de granjeros bloquearon las carreteras en torno a París con sus tractores. La boina roja se convirtió en un símbolo de protesta no solo contra los impuestos, sino también contra la percibida incapacidad de Hollande para lidiar con una economía titubeante que ha visto al desempleo subir a casi 11% de la fuerza laboral.

Han surgido dos interrogantes críticas. La primera es si Hollande, que fue elegido hace 18 meses y le quedan más de tres años de mandato, es capaz de revertir una caída crónica de la competitividad en la segunda mayor economía de Europa, lo que es vital para devolverle prosperidad a la eurozona en problemas, en general.

La segunda interrogante, es qué tanto el descontento contra Hollande y su gobierno alimentará el ya creciente apoyo al Frente Nacional de extrema derecha, dirigido por la carismática Marine Le Pen y que amenaza con dar una sorpresa no solo en las elecciones municipales y europeas del próximo año, sino también en la elección presidencial en 2017.

"La situación no tiene precedentes", dice Laurent Bouvet, profesor de política en la universidad de Versailles-Saint-Quentin. "Un año y medio después de la elección, la izquierda está en una situación posiblemente catastrófica. No hay capacidad de avance en la economía u otras cosas", afirma.

"Tenemos que deshacernos de Hollande y los socialistas", declaró Jean-Michel Chalonix, un empresario jubilado. "No encontrarás ni un solo empresario que diga lo contrario. La gente trabaja día y noche, ¿para qué? Hollande me vuelve loco".

Y no son solo los empresarios quienes expresan su frustración. Se han sumado granjeros, pescadores, comerciantes, dueños de tiendas y trabajadores.

Pero, ¿qué tan grave es el estado de la economía francesa? No tan mal como dicen los críticos, insiste el gobierno. "Estamos evidentemente en la fase de recuperación", asegura un oficial senior de gobierno.

Francia volverá este año a niveles de expansión previos a la crisis, después que Alemania, pero antes que otras economías de la eurozona, con un crecimiento esperado por la Unión Europea de 1% el próximo año y de 1,7% en 2015.

La rebaja de calificación de la agencia Standard & Poor's no fue una buena noticia, pero los costos de endeudamiento en niveles mínimos (menos que en Reino Unido) apenas se han movido, pese a que el ratio deuda supera 95% del PIB.

El gobierno defiende el énfasis en aumentos de impuestos que impuso para cerrar el déficit de presupuesto. Los impuestos han subido cerca de 3% del PIB en los últimos tres años, incluyendo la era Sarkozy, haciendo subir la carga total de impuesto a un enorme 46% de la producción nacional.

Pero desde el próximo año, el equilibrio en la reducción del presupuesto variará a recortes de gasto público, cuando el gobierno prometa no más alzas de impuestos a partir de 2015.

El estado devolverá €20.000 millones al año en exenciones tributarias a empresas para 2016, para ayudar a compensar los altos costos laborales que han sido la causa principal de la pérdida de competitividad de Francia en la última década. Ha aliviado alguna restricciones en el fuertemente regulado mercado laboral del país, tomando medidas pequeñas para incrementar la edad efectiva de jubilación.

La Comisión Europea y la OCDE llamaron al gobierno a tomar medidas más radicales para recortar el enorme gasto público del país, que llega a casi 57% del PIB, y para avanzar en liberar los mercados laborales, de servicios y de productos.

Los líderes empresariales dicen que la falta de competencia engendró una falta de inversión. Una nueva señal de debilidad llegó la semana pasada, cuando Mory Ducros, una gran empresa de transportes, anunció su bancarrota, dejando al menos 2.000 empleos en riesgo.

Grégoire Sentilhes, jefe de NextStage, inversionistas de capital privado, cree que "no ha habido un momento más claro en que los empresarios han tenido la necesidad de pedir un cambio". Sin un ajuste más radical, un economista dice que "el problema es un proceso de erosión lenta".