Al establecer mayores impuestos sobre los ricos y las grandes empresas, Francois Hollande redimió compromisos con los votantes quienes lo llevaron a la presidencia de Francia. De esta manera, hizo un gesto a la hostilidad innata de Francia con le capitalisme sauvage. Y evitó la acusación de que está dando marcha atrás en su compromiso de responsabilidad fiscal. Pero este acto de equilibrio no es finalmente la solución correcta.
La brecha en las finanzas públicas es simplemente demasiado grande para el tipo de medida aplicada ayer. Los €7.000 millones de nuevos impuestos sólo permitirán al gobierno cumplir su compromiso este año de reducir el déficit de presupuesto a 4,5% del PIB. Mucho más desafiante es cómo combatirá el déficit de €33 mil millones que el auditor nacional estima será necesario para reducir el déficit a 3%. El abismo en las finanzas públicas no puede llenarse sólo con aumentos de impuestos. Hollande tendrá que recortar áreas políticamente sensibles pero altamente costosas del gasto como la salud, beneficios y transferencias y la administración pública.
Ha tomado unas pocas medidas pequeñas, como aceptar una meta más realista de crecimiento económico. Pero él no debiera haber limitado su espacio para maniobrar al comprometerse a mantener el empleo estable en el inflado sector público de Francia. Recortar esto sería inevitable. Ahora no tiene más opción que extender un ya controvertido congelamiento en los salarios y privar a los funcionarios públicos de su apreciado sistema de promoción. Hollande debe estar preparado para tomar el debate político que esto generará.
El presidente galo debiera ser elogiado por su determinación para apegarse a las metas fiscales acordadas con Bruselas. Tras años de promesas rotas, la brecha de credibilidad de Francia es casi tan grande como su déficit de presupuesto. Las promesas de Hollande han ayudado a mantener los costos de endeudamiento bajos. Pero esto no será suficiente. Debe dar a los mercados un plan creíble de mediano plazo, en caso de que los acontecimientos empujen las metas más allá de su alcance.
Su mayor desafío es combatir los obstáculos para la competitividad de Francia. Aún bajo los planes actuales, las empresas francesas sólo pueden mirar hacia un futuro con impuestos más elevados y un mercado laboral marginalmente menos flexible. Hay sugerencias de que esto sólo pavimenta el camino para que se acuerden reformas laborales y fiscales con los sindicatos en otoño. Lo que Hollande haga para el mediano plazo no sólo preocupa a Francia, sino también a Europa. Sin reformas estructurales en Francia, la proeza de la economía de la eurozona seguirá en duda.
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