Estamos ante el anuncio de una nueva época en nuestra historia. Ha cambiado la política y se ha modificado el mapa de los actores y sus pesos específicos. Cae estrepitosamente la centroizquierda y emerge el Frente Amplio como actor fuerte. Es un momento digestivo, lleno de mezclas, desgajamientos y nuevas convergencias. Junto a lo anterior, se abren condiciones para una transformación del carácter social de lo político, esto es, para el ingreso de actores e intereses sociales que han padecido los costos del modelo sin poder oponerle una capacidad política real.
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Más allá de la propaganda pro crecimiento que nos inunda, el orden económico neoliberal no logra cumplir sus promesas. Habrá reactivación de la economía, efectivamente, pero es un hecho que no se alterará la estructura de desigualdades que comporta el modelo. De esa suerte, y ante la previsible presión del empresariado por mayores rentabilidades para una inversión en crecimiento, los malestares producidos por las múltiples formas de la desigualdad tenderán a continuar presentes. La alianza social triunfante en las recientes elecciones no tiene aún capacidad, ni una voluntad real de resolver, ni política ni socioeconómicamente, dichos malestares. Eso está sugerido en el discurso de la propia intelectualidad de derecha, al menos en la menos conservadora.
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Por otro lado, estamos ante un corrimiento del sentido común. Se trata de una situación que no se explica en el eje izquierda-derecha sino en una creciente incomodidad con las múltiples formas de pauperización y desigualdad que significa el modelo, y que, pese a sus déficit de politización, redefine los márgenes hegemónicos en la política y dispone quien declina, quien emerge y quien gana las elecciones.
Se trata en síntesis, de una situación abierta, en la que el triunfo de Piñera y la instalación de su Gobierno, pese al vigor y la capacidad política que ha mostrado la derecha, no implica la consumación de su proyecto. Por otra parte, el fin de la era concertacionista y de lo que se ha llamado el "ciclo social-liberal", junto a la inmadurez del Frente Amplio, muestran que el orden neoliberal se sostiene en buena medida en la carencia de alternativas suficientemente constituidas.
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Basta mirar las disputas sobre la orientación de la economía mundial entre los grandes poderes globales, o el debate al interior de la propia derecha y lo que un personero de la Fundación Jaime Guzmán llama la "ausencia de gramática común en la derecha", para comprobar que no estamos ante un triunfo de dicho sector con real profundidad histórica, si bien nada quita que pueda lograrlo en los años venideros. De hecho, el verdadero desafío de esta derecha es convertir la victoria, digamos, circunstancial, de las pasadas elecciones, en una mutación de carácter histórico.
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¿Qué viene entonces? No se puede prever. ¿Qué profundidad tiene el desafío actual para el Frente Amplio? Estratégica, puesto que se trata de un actor colocado desde ya ante la disputa del poder político.
Ello exige examinar una vez más los dos sentidos principales de la irrupción del Frente Amplio. Aquel que constituye una nueva práctica política y aquel que destituye la anterior. Se requería construir una coalición de efectividad electoral en 2017, objetivo claramente logrado, pero también ampliar considerablemente los márgenes de participación política de grandes segmentos despolitizados hasta ahora incluidos sólo en términos de mercado. Es allí donde la tarea del Frente Amplio registra un desafío mayor aún pendiente.
De fondo, está por verse si el Frente Amplio será algo más que una coalición arrellanada en el margen "progresista" de la política institucional, centrando sus acciones en la disputa por el control formal de parcialidades del Estado, o avanzará realmente hacia la construcción de un actor político novedoso tanto en su capacidad para constituirse en los amplios segmentos sociales del malestar actual -que son hijos del modelo-, como en su vocación de reformularse desde horizontes que -la política feminista es el mejor ejemplo- permiten el examen crítico de lo sabido y proponen su enriquecimiento.
En resumen, desde finales del 2017 el Frente Amplio adquiere una posición decisiva. La derrota de la Nueva Mayoría en las elecciones de diciembre y los acelerados procesos de desmembramiento que le sobrevendrán, representan su fin como alternativa nacional. Al Frente Amplio le cabrá, consecuentemente, la responsabilidad de perfilar una oposición efectiva al gobierno de derecha, y disputarle el poder político en cuatro años más. Dicho de otro modo, ha quedado ante un desafío estratégico, que reclama tanto su acción en la política nacional como verdadera alternativa de gobierno, como la constitución de una orientación postneoliberal en su seno que le otorgue un real sentido histórico.
El autor es antropólogo, militante del Movimiento Autonomista en Valparaíso y del Frente Amplio.