La cultura del trading floor ya no es aceptable




Hace dos décadas, fui a la conferencia de prensa más fascinante de mi vida. Fue convocada por el entonces presidente de Barclays, Andrew Buxton, para disculparse por la pérdida de 141 millones de libras del banco, en gran parte por su imprudente entrega de créditos hipotecarios y para anunciar que reduciría su trabajo a la mitad al renunciar al cargo de director ejecutivo.

Sin embargo, Buxton, un íntegro miembro de una de las familias más refinadas que formaron Barclays en 1896, fue puesto en la picota en los tabloides de Fleet Street por cerrar filiales y negar créditos a las pymes.

Aquí estamos. Barclays está de nuevo en la portada de los tabloides y su director ejecutivo renunció. La diferencia es que Bob Diamond está tan lejos de las habilidades y comportamiento de Buxton como se puede estar. Entonces, Barclays fue honorable pero incompetente; ahora parece ser todo lo contrario.

“La bondad no fue tomada en cuenta en el parqué de transacciones”, escribió Michael Lewis en el libro semi-autobiográfico Liar’s Poker que retrata la historia en Salomon Brothers, la firma pionera de transacción de bonos de los años ’80. “El lugar estaba gobernado por el entendimiento de que la desesperada búsqueda de interés propio era saludable”.

Tal amoralidad solía estar confinada a bancos de los cuales la mayoría de la gente nunca había escuchado -Salomon o Lehman Brothers. Ellos forcejeaban a diario con los “grandes” -inversionistas, firmas de seguros y bonos corporativos- que supuestamente eran capaces de arreglárselas por sí mismos -incluso si no pudieran. El comportamiento de los operadores de Barclays muestra que ya no lo es.

Por ahora, la tormenta se está transformando en otro tipo de mentira que queda al descubierto por el caso Libor -todas las señales en clave dadas por el Banco de Inglaterra y las autoridades para que los bancos subestimaran sus cálculos de la Libor en octubre de 2008.

En el largo plazo, la pregunta es cómo reformar los bancos que ahora emplean a los operadores financieros, quienes exclaman: “Oye, ¡te debo una! Ven un día después del trabajo y abro una botella de Bollinger”, a un colega que distorsiona un índice casi oficial para su beneficio.

Un comienzo lógico sería sacar a los banqueros de inversión que ahora manejan los bancos universales - Stuart Gulliver de HSBC; Brady Dougan de Credit Suisse; Stephen Hester de RBS- y volver a que los grandes bancos sean administrados por grandes banqueros. Ellos pueden ser personas honorables pero, como grupo, simbolizan el imparable ascenso del parqué de transacciones de valores.

Volver a establecer la barrera sería una idea fuerte -crearía instituciones más manejables. El argumento de que la City de Londres perdería su competitividad global ignora el hecho de que Goldman Sachs y otras firmas de Wall Street barrieron la City mientras la ley Glass-Steagal seguía en pie.

Pero incluso si el escándalo da un impulso para una reforma, todavía tendríamos una serie de bancos de inversión demasiado grandes para quebrar en los cuales los comportamientos amorales están muy arraigados. En la década en que Lewis ingresó a Salomon en Londres, no existía el problema del too big to fail. Ahora sí.

Diamond reconoció a medias esta falta de legitimidad el año pasado, al decir que los bancos “han hecho un trabajo muy pobre en explicar en qué contribuimos a la sociedad”. Él hizo una lista con las actividades primarias -que la economía claramente requiere- antes de aventurarse a una defensa de otras operaciones.

“Los bancos arriesgan capital para descubrir lo que el mercado está dispuesto a pagar. Cuando hacen bien esto, las tasas de interés son inferiores”, dijo. En teoría, Diamond podría haber estado en lo cierto. En la práctica, su propia oficina de swaps pasó años distorsionando las tasas de interés en cualquier dirección que resultara rentable.

El escándalo Libor se sigue expandiendo. Esta no es primera vez que los vergonzosos e-mails y conversaciones de los operadores se hacen públicas. Pero la cultura del piso de operaciones es notablemente inmune a la vergüenza. Si los riesgos de reputación de largo plazo se tuvieran en cuenta, los bancos estarían menos dispuestos a promoverlos.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

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