Cristina Fernández es una política agresiva con un frágil estado de salud, una combinación horrible. Diagnosticada el fin de semana con un hematoma en la cabeza -una condición posiblemente pero no necesariamente seria- los médicos le han pedido a la presidenta argentina que descanse un mes. Sólo tres semanas antes de las elecciones legislativas de mitad de período la sorpresiva noticia tiene el potencial de lanzar por la borda a Argentina, sus políticos e incluso las discusiones con los acreedores. Para Fernández también es una desgracia médica que podría, irónicamente, resultar ser un regalo político.

Su gobierno enfrenta una serie de problemas en ascenso. Su batalla de largo aliento en la Corte de Nueva York con un grupo de acreedores que quedaron fuera del último canje podría bien terminar en un default técnico. Los controles de divisas están estrangulando la economía y desalentando la inversión, mientras la inflación bordea cifras que a nivel privado se estiman en 25% (ni siquiera los ministros le creen a las cifras oficiales). Los escándalos de corrupción son de ocurrencia regular. Mientras, Fernández también eligió una serie de batallas con sus vecinos, más recientemente, con Chile y Uruguay, haciendo que Argentina perdiera los pocos amigos internacionales que le quedaban. Como resultado, se espera que la coalición gobernante registre una gran derrota en las elecciones legislativas del 27 de octubre.

Pero aunque Argentina enfrenta serios desafíos, ninguno de ellos es insuperable. El problema es que Fernández, quien junto con su marido fallecido hace pocos años ha gobernado Argentina durante una década, es demasiado orgullosa u obstinada como para admitir el error y cambiar sus modos. Ahora, luego que sus médicos le ordenaran permanecer fuera de la política por un mes, ella podría no tener que hacerlo. Alguien más puede ejecutar las vueltas en U por ella.

Esa persona es el vicepresidente, Amado Boudou, quien bajo la constitución asumió ayer la presidencia. Él ya lo había hecho antes a fines de 2011, luego que ella fuera operada de un cáncer a la tiroides. Aunque es un político impopular, que actualmente enfrenta cargos por corrupción, Boudou es también ex ministro de Economía con una reputación de pragmatismo quien por lo menos comprende lo que significa la inflación y qué exige una negociación de deuda.

De hecho, según una teoría que ronda por Buenos Aires, Fernández podría incluso ir tan lejos como para aprovechar la oportunidad de su tiempo fuera de la política y quedarse fuera. Retirarse por motivos de salud le entrega una elegante salida de una situación cada vez más difícil. Ella odia perder, como ocurrirá el 27 de octubre. Es momento de que otra persona, por lo menos vagamente competente, tome las riendas económicas del país. Desde un punto de vista más personal, ella también ha dicho que sus hijos se preocupan de perder a su madre tan pronto luego de la muerte de su padre. Estar fuera de la política porque los médicos lo recomiendan le permitiría asumir un aura de mártir, santificada por la viudez, su constante fe en el "proyecto" y su deseo de pasar más tiempo con sus nietos.

Es una válvula de escape creíble, y quizás un escenario plausible, aunque también uno que podría ser sólo una declaración de buenas intenciones para sus muchos críticos. Después de todo, la última vez que Boudou asumió la presidencia, Fernández le dio un consejo público: "Cuídate de lo que hagas. Sé serio, esto no es una broma". Después de ese resonante apoyo, ella siguió emitiendo órdenes desde su cama en el hospital.

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