Hasta que ocurrió el ataque de militantes ligados a Al-Qaeda en la planta de gas de Amenas en el sudeste sahariano la semana pasada, Argelia tendía a recibir poca atención por parte del mundo exterior.

Habiendo vencido a violentos insurgentes islamistas que causaron la muerte de 200.000 personas durante los años ‘90 y habiendo evadido la sublevación árabe y posiblemente debido a los traumas de su pasado, Argelia había desaparecido de los titulares hasta la semana pasada.

Argelia no es insular en la forma en que lo es Corea del Norte. Sin embargo, sí es un país con un régimen opaco, dominado por un servicio de inteligencia sombrío que espera mantener su distancia de quienes quieran entrometerse en sus asuntos.

Los periodistas de Occidente son sólo intermitentemente bienvenidos, mientras una forma de nacionalismo económico que el país recientemente ha empezado a flexibilizar, ha gobernado unas relaciones irritables con los inversionistas internacionales en petróleo y gas, pilares de la economía.

Con la riqueza de sus hidrocarburos y unos US$200 mil millones de reservas en el exterior, la “fuerte Argelia”, como la llama el analista de EEUU Geoff Porter, puede rechazar intentos de capitales occidentales para influir en su comportamiento.  Este hecho ha sido destacado durante la semana pasada por el manejo de la crisis de rehenes en Amenas y por la forma minimalista en que Argel accedió unirse a la campaña militar francesa contra los rebeldes islamistas en el norte de Mali.

A diferencia de países del oeste de África que han contribuido con tropas, Argelia, a pesar de que tiene mucho en juego en evitar la caída de Mali en manos de Al-Qaeda, accedió sólo a abrir su espacio aéreo para vuelos militares franceses. El propósito principal de la política exterior de Argelia es el de no-interferencia en las relaciones internacionales de los estados vecinos, dijo Porter. Esto está “basado en la idea de que no quieren que la gente interfiera en sus asuntos”, agregó. “Son inherentemente conservadores”.

Argelia estaba fuertemente opuesta a la campaña de la OTAN en Libia, creyendo que la consecuente desintegración del Estado libio habría empoderado a Al-Qaeda en el islamista Magreb, con repercusiones en Mali y nuevos peligros en su propio Sahara. Desde el punto de vista argelino, Occidente es responsable por el desastre y debería arreglar su propia situación. Los argelinos hubieran preferido, como garantía de estabilidad en el sur, una alianza local que intentó realizar entre tuaregs e islamistas. Parece, sin embargo, que ha juzgado erróneamente la forma en la que los radicales de Al-Qaeda han hegemonizado la rebelión del norte de Mali.

La batalla contra los rebeldes islamistas en los ‘90 fue casi siempre salvaje y por ambos lados hubo acusaciones de atrocidades. Hasta hoy, no se han esclarecido las circunstancias en que miles de personas fueron asesinadas en masacres perpetradas por militares, usualmente en la vecindad de instalaciones militares.

Todo se ha barrido debajo de la alfombra: un armisticio para militantes que han depuesto las armas e inmunidad en la persecución de los militares, han garantizado la poca información que ha emergido de la guerra antiterrorista de Argelia.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

Debes saber

¿Qué ha pasado?
Argelia ha decidido mantener una política de no-interferencia en los conflictos de los paíeses vecinos. Sin embargo, la captura de una planta de gas la semana pasada amenaza con involucrar a Argel con lo que suceda en Mali.

¿Por qué ha pasado?
Argelia ha sido opositora de muchos países y no quiere seguir siendo juzgada. Su régimen apuesta a la opacidad y logró sortear la sublevación que derrumbó a su vecina Libia.

¿Qué consecuencias tiene?
Con su posición de no intervenir en conflictos regionales, Argelia se asegura mayor seguridad en sus fronteras. Esta preocupación es en buena medida lo que explica su reacción ante la toma de la planta de Amenas por comandos islamistas.