En una sociedad que valora cada vez más el conocimiento práctico -ese que está vinculado con los resultados, la eficiencia y la optimización-, la filosofía parecería que no sólo ocupa un lugar secundario, sino uno del todo irrelevante. Pero esto es una interpretación bastante superficial, si no equivocada. En realidad, resulta que es precisamente de la manera inversa, pues no hay saber más útil que el filosófico.
Pensémoslo del siguiente modo: la filosofía es aquella ciencia -y sí, es una ciencia y la primera- que al estudiarla nos ayuda a pensar mejor y no hay nada más útil que una buena idea. En estricto rigor, la filosofía no puede estar al margen de la vida activa; ella es más bien complementaria y rectora.
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Una persona puramente práctica, que no reflexiona acerca de las actividades que desempeña, es un gran bruto. La vida práctica sin reflexión, más que práctica, es activismo, y el activismo embrutece. La superación del activismo pasa por esa reflexión que ordena la racionalidad práctica y les da sentido a las actividades que desarrollamos. Esta reflexión, además, nos es natural, es decir, cualquiera puede sumergirse en ella. Pero cuando queremos desarrollarla de manera sistemática y ordenada, lo hacemos en el contexto académico, es decir, estudiamos filosofía en la universidad. Lo que quiero decir con esto es que, si alguno de nosotros queremos ser mejores en lo que hacemos -desde la consultoría a la gerencia o el directorio de la empresa-, es bastante útil estudiar filosofía de manera sistemática; y esta invitación no es una propuesta excéntrica. Grandes directivos son grandes lectores, pero lectores no de innovación, finanzas, logística, retail, etcétera. Eso probablemente ya lo aprendieron y es un conocimiento que exige meras actualizaciones. El punto está en que esos conocimientos, que son de orden más bien técnico, no enseñan casi nada acerca de asuntos humanos, y la empresa no es sólo un problema técnico, sino más bien humano. Hace unos años The Wall Street Journal publicaba un artículo preguntándose por qué los alumnos de MBA leen a Platón ("Why Some M.B.A.s Are Reading Plato: Schools Try Philosophy to Get B-School Students Thinking Beyond the Bottom Line"). Y esto no fue una moda de las escuelas de negocios -como lo fueron el balanced scorecard o el design thinking-. Más que moda, la filosofía se transformó en un asunto fundamental cuando fue precisamente ella la que permitió reformular y sistematizar la formación ética de los futuros directivos luego de los innumerables escándalos ocurridos desde la crisis subprime. Recurrir a Platón o cualquier otro clásico de la filosofía se debe en este caso a que es imposible analizar dilemas éticos y el sentido de la actividad empresarial sin una buena reflexión acerca del utilitarismo, del contractualismo o de la ética de las virtudes o del bien común.
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La filosofía, así, ya no se estaba quedando en esas "oscuras y medievales" facultades ajenas al progreso. La ética filosófica volvía a cumplir con lo que había sido siempre su función en la universidad, a saber, cooperar con el desarrollo más humano de otras ciencias, como ya lo había hecho con el derecho, la sociología o la economía (no nos olvidemos que el padre de la economía, Adam Smith, era un buen profesor de filosofía moral).
La filosofía vuelve siempre porque es necesaria, y lo es para el mundo empresarial. El estudio de la filosofía es necesario no sólo para aquel que goza con la teoría -el académico profesional-, sino también para el que vive en el mundo de los asuntos prácticos que atañen al gobierno de instituciones y al de dirección de empresas. Yo ya he sido testigo de diversos ejemplos de buenos directores de empresas que se han acercado a la Facultad de Filosofía para aprender algo de retórica, lógica y ética con el objetivo de mejorar sus habilidades personales, y que finalmente no resistieron la tentación de seguir estudiando metafísica, filosofía política, filosofía de la economía y antropología.
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Ellos mismos terminaron valorando profundamente lo que significaba estar inmersos en el mundo académico de la Facultad de Filosofía, pero no sólo por lo que significaba pertenecer a ese mundo -las buenas clases, la amistad con los profesores, la discusión de ideas importantes, el café y la comida-, sino también porque el manejo teórico sistemático les significó un cambio profundo en el modo cómo enfrentaron sus habituales desafíos empresariales y directivos.
En fin, aprovechando el verano y sacando partido de esas importantes horas de ocio, yo le recomiendo a cualquiera de ustedes que piensen estudiar filosofía por razones prácticas.
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El autor es profesor de Ética Empresarial, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de los Andes.