En la conferencia reciente de Jackson Hole, Andrew Haldane del Banco de Inglaterra nuevamente recordó a las autoridades financieras del mundo una verdad sobre la crisis de 2008. La medida primordial de fortaleza bancaria, prescrita para y por reguladores del mundo (los ratios de capital calculados según los principios dispuestos por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea), no sirvió de nada para predecir la probabilidad de que un banco fracasara. Pero una medida simple del ratio de apalancamiento del banco, que cualquiera haría con una calculadora, sí lo hizo.

Las autoridades financieras mundiales admiraron el análisis de Haldane. Luego siguieron como antes, felicitando al Comité de Basilea por su excelente trabajo. Esperar lo contrario sería perder el objetivo de estos cónclaves. Su propósito no es descubrir, mucho menos vencer, las raíces de la inestabilidad en el sistema financiero global. Su propósito es dar a los políticos y al público la sensación de que “se está haciendo algo”, mientras le permiten a los bancos y reguladores seguir operando lo más cerca de cómo estas actividades se llevaban a cabo antes de 2007.

Pero el análisis de Haldane representa un cambio fundamental a su ortodoxia. La explicación de su descubrimiento, de que las reglas más complejas son peores, se halla en la ley de Goodhart. Esta propuesta fue establecida por primera vez en los ’70 por el economista Charles Goodhart, en el contexto de la implementación de la política monetaria.

Goodhart sugirió que cualquier medida adoptada como objetivo pierde el contenido de información que la hacía relevante. La gente cambia su comportamiento para cumplir la meta. Estas respuestas cambian la relación entre el objetivo (la medición de oferta de dinero o el valor del riesgo) y el objetivo que las autoridades buscan influenciar: la disponibilidad del crédito, o la exposición al riesgo de un banco.

El objetivo se transforma en una mala medición de éxito en alcanzar el objetivo apenas es adoptado como objetivo. Por eso es que la medida ponderada por riesgo de Basilea, que era una meta regulatoria, demostró ser menos confiable que el ratio de apalancamiento, que no lo era.

También con requerimientos de capital. La complejidad adicional de ponderar el riesgo estimula el arbitraje regulatorio: la creación de instrumentos que transfieren activos de una categoría riesgosa a otra, pero preservando sus características económicas esenciales. La categorización conlleva a la banca a ingeniar productos a la inversa para cumplir demandas de agencias de crédito. La complejidad que resulta disminuye la resiliencia del sistema.

Las medidas complejas de seguridad bancaria fracasaron, no por fallas específicas en el detalle de su diseño, sino porque tal fracaso es intrínseco a ese estilo de regulación.

Los intentos serios para promover la estabilidad financiera deben enfocarse en reformas de estructuras e incentivos, no en un intento vano para prohibir el comportamiento indeseado de malas estructuras e incentivos mal dispuestos.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

Debes saber

¿Qué ocurrió?
Un director del Banco de Inglaterra, Andrew Haldane, recordó en Jackson Hole que las reglas más complejas pueden ser peores.

¿Por qué sucedió?
Haldane subrayó que los principios de Basilea no sirvieron para predecir el fracaso de un banco. El ratio de apalancamiento, sí.

¿Qué consecuencias tiene?
Jackson Hole oyó que los intentos para promover la estabilidad financiera deben enfocarse en reformas de estructuras e incentivos.