La continua saga del Banco Espírito Santo de Portugal, es un recordatorio de varios hechos: los bancos en la periferia de la eurozona siguen siendo frágiles; la confianza del inversionista aún puede ser volátil; y los rescates de los contribuyentes a bancos en problemas ya no son apetecibles para los gobiernos.

Pero los orígenes de la disputa idiosincrática de BES también entrega una lección fundamental: los bancos con control familiar pueden ser problemáticos; pero los bancos grandes y sistemáticamente importantes que son manejados por la familia propietaria pueden ser muy problemáticos.

A diferencia de muchos bancos rivales, el banco más grande de Portugal no cayó en grandes dificultades en la crisis global de 2008, ni incluso un par de años después cuando la eurozona se transformó en el detonante de la crisis. El banco fracasó ahora porque el complejo interés de la extendida familia Espírito Santo ha venido a perseguirlo.

La historia sigue desarrollándose, pero en extremo, podría terminar siendo el triste final de una orgullosa dinastía. Las bases del banco datan de mediados del siglo XIX. Aunque fue nacionalizado a mediados de los ‘70 por el golpe izquierdista de Portugal, la familia volvió del exilio en Brasil en los ‘80, volviendo a adquirir y reconstruyendo gradualmente a BES en el camino. Hasta el fin de semana, un descendiente, Ricardo Espírito Santo Silva Salgado, era el director ejecutivo del banco.

Pero la aparición de irregularidades contables en la empresa holding de Espírito Santo en Luxemburgo llevó al banco central a intervenir. Sacó a Salgado y prohibió a la familia realizar mayores intervenciones.

Esta semana, después de una demanda por el pago de un préstamo, la familia vendió un quinto de su participación de 25%.

¿La excepción o la regla?

La estructura de propiedad de BES no es única, por supuesto. En algunos mercados emergentes, en partes de Latinoamérica y Asia, los grandes bancos de propiedad familiar son la norma.

En muchos mercados occidentales, sin embargo, la mayoría de los bancos familiares ahora son operadores de nicho, normalmente enfocándose en actividades que no demandan grandes balances o gran apetito por riesgo.

La dinastía Rothschild, cuyos intereses bancarios están centrados en trabajo de asesorías, son el ejemplo más notable.

El vecino cercano de BES, el grupo Santander de España, es un caso raro de un banco de dinastía relevante globalmente. Hace 150 años que lo preside un Botín, con Emilio I a partir de 1909, Emilio II desde 1950 y, desde 1986, por el actual jefe, Emilio III. Se espera que la hija de Botín, Ana Patricia, que dirige las operaciones del negocio en Reino Unido, se convierta en la cuarta generación a cargo en algún momento de la historia de la empresa.

Al igual que en el caso del banco BES, al menos como era hasta el 14 de julio, la familia tiene varios asientos en el directorio, pese a tener solamente una participación de 2%.

Pero Santander es una bestia diferente a su vecino. Pese a las presiones en la economía doméstica del grupo en años recientes, y a un débil desempeño en otros mercados clave como Brasil y Reino Unido, el grupo tiene una salud relativamente robusta.

Ha sobresalido donde BES no, gracias a su enfoque en banca y a la expertise de su administración. A Santander también le gusta enfatizar el beneficio global de un equipo dinástico, al pasar el banco de generación en generación se beneficia de una visión estratégica a largo plazo.

Aún así, el principal banco de España ha enfrentado críticas persistentes por su hábito insistente de pagar un dividendo generoso, incluso en los años de pérdidas, y por su falta de capital.

De acuerdo a los críticos, los intereses personales de los miembros de la familia están distorsionando la estrategia de balance del banco, porque dependen de los dividendos como una parte clave de su ingreso, y no quieren que sus holdings se diluyan en una recaudación de capital.

Y el potencial para los posibles conflictos de interés puede ser serio. En el caso de BES, las supuestas irregularidades vinieron tras presiones financieras en partes de la dinastía.

Si hay un modelo para manejar esas tensiones es SEB de Suecia. La familia Wallenberg tiene 20% en el banco, pero a través de su gestor de activos, Investor. Marcus Wallenburg es el presidente, pero hay un director ejecutivo profesional y un directorio independiente. Otro plus es que cuando Suecia cayó en su crisis en los años ‘90, SEB fue rescatado por la familia Wallenburg, y no por el estado.

El desempeño de los bancos responde a muchos factores. Pero, para que quede constancia, las acciones de SEB se han duplicado en los últimos años, superando a rivales, en particular a aquellos con una influencia familiar menos clara.

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