Wally Bonvicini ha tenido suficiente. La empresaria de la moda está postulando a la alcaldía de su ciudad, Parma, en el norte de Italia, y su lema de campaña es simple y al grano: “En contra de los bancos”.

“Después de 30 años como empresaria que utiliza los bancos, de pronto me di cuenta de que son usureros”, indica una apasionada Bonvicini. “Puedo vivir sin bancos. Pero si no tenemos cuidado vamos a terminar sin pequeñas empresas en Italia”.

De Parma a París, empresas, consumidores y gobiernos se están dando cuenta de que los bancos ya no tienen capacidad de financiamiento ilimitado. Cinco años después de la crisis financiera que golpeó a EEUU y obligó a los bancos a reducirse, Europa también está aprendiendo el significado de “desapalancamiento”.

Este es el proceso, en la jerga financiera, de deshacer el apalancamiento excesivo (ratio de créditos en comparación con el capital). En los años de auge -todos concuerdan- los bancos operaban con muy poco capital y prestaban demasiado. Ante la insistencia de los reguladores globales, están revirtiendo esa tendencia -lo cual pueden hacer ya sea elevando el capital o disminuyendo los préstamos.

Al cumplir con los reguladores, sin embargo, se arriesgan a irritar a los políticos, quienes están desesperados porque los bancos -muchos de los cuales se beneficiaron del apoyo del gobierno durante la crisis- impulsen la recuperación en la “economía real”, con más -no menos- préstamos a hogares y empresas.

Muchos carecen de capital suficiente para respaldar el creciente crédito, y no pueden, en cualquier caso, lograr financiar el día a día en el dañado mercado de créditos.

Por el contrario. El Fondo Monetario Internacional el mes pasado llevó el mensaje a cualquiera que todavía crea que la economía europea - construida sobre un exceso de oferta de crédito financiado por el endeudamiento y el consumo de una década y aumentando hasta la crisis- podría evitar una fuerte corrección. Se advirtió que a menos que las autoridades políticas tomaran medidas preventivas, los bancos de Europa reducirían sus activos por €2 billones (millones de millones) en los próximos 18 meses. “El desapalacamiento sincronizado y en gran escala sería más grave de lo previsto”, señaló el FMI.

La necesidad de reducir el endeudamiento puede resumirse en esto: el exceso de préstamos de los años de bonanza ha vuelto a obsesionar a los bancos desde todos los ángulos en forma de pérdidas por préstamos.

“El desapalancamiento tiene que suceder”, manifiesta Philippe Bodereau de Pimco, un gestor de fondos de bonos líder. “Sobre todo en mercados como España, donde ha habido grandes burbujas de activos. Es sólo una cuestión de cuánto se hace desde un punto de vista político para suavizar el impacto”.

El Banco Central Europeo dijo en noviembre que el financiamiento comercial para los bancos se estaba evaporando. Luego, inyectó €1 billón de dinero barato a tres años a cientos de bancos europeos a través de dos operaciones.

Incluso con ese dinero, los reguladores dicen que el desapalancamiento no sólo es inevitable, sino que es vital. “Este proceso debe ocurrir”, dijo Andrea Enria, presidente de la Autoridad Bancaria Europea, que supervisa la banca de la región.

Analistas coinciden en que la mayoría del desapalancamiento de la banca europea está ocurriendo no a través de una contracción de los préstamos nuevos, sino que a través de dos rutas principales: la venta de empresas subsidiarias y la venta de viejos préstamos -un proceso que muchos ven como una evolución natural de las finanzas globales.

“El énfasis debe estar en la eliminación de activos no estratégicos fuera de Europa y, en algunos casos, el concentración de capitales”, dice Mark Carney, el presidente del banco central de Canadá, que preside el Consejo de Estabilidad Financiera, un regulador global. Él predice que la mayoría de los bancos serán capaces de expulsar las empresas no deseadas.

Aún en riesgo, sin embargo, está el área políticamente sensible del financiamiento de pequeñas empresas, en la que parece afectar al mismo tiempo la débil demanda y la falta de suministros dispuestos, dado el riesgo relativamente alto y la creciente demanda de capital para préstamos a las pequeñas empresas. Aquí, también, hay signos de innovación, con una serie de fondos de capital privado, aparentemente dispuestos a compensar la brecha en la capacidad de préstamo mediante el uso de los bancos sólo como distribuidores y evaluadores de riesgos de los préstamos. Es demasiado pronto para decir si este modelo va a funcionar.

El mayor desafío en los próximos dos años será que los bancos y las autoridades políticas logren un equilibrio entre el desapalancamiento necesario y la hambrienta Europa por financiamiento. Si Bonvicini sirve de guía, los pequeños empresarios no están convencidos de que los bancos estén a la altura.

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