La Unión Europea prepara su artillería para responder al ímpetu proteccionista de Donald Trump, amenazando con aranceles a bienes producidos en estados claves para las elecciones legislativas de EEUU este año. Se trata de una vieja estrategia del bloque, que la utilizó en 2003 para derrumbar las barreras comerciales en la industria del acero que levantaba George W. Bush, en una historia que nadie quiere repetir, excepto Trump.
"Nosotros también podemos hacer estupideces", señalaba el viernes pasado el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cuando amenazaba con represalias contra la agresiva política comercial de Washington. Ayer quedó claro a lo que se refería, con la filtración que realizó Bloomberg de los castigos quirúrgicos que se alistan contra los republicanos.
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El viejo continente está considerando aplicar un impuesto de 25% a las importaciones de las motocicletas Harley-Davidson que se producen en Wisconsin, el estado por el cual es congresista el vocero de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. Lo mismo se piensa hacer con el whisky bourbon, elaborado en Kentucky, por donde salió electo Mitch McConnell, líder de la mayoría oficialista en el senado.
"Esta es la forma en que funciona la guerra comercial. En 2002, cuando los europeos tomaron represalias contra EEUU por aranceles al acero, eligieron las exportaciones estadounidenses de los 'swing state' (estados sin una tendencia política clara que definen resultados electorales). Por ejemplo, el jugo de naranja para impactar a Florida y los autos para golpear a Ohio", detalla a PULSO Walid Hejazi, profesor asociado de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto.
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Una defensa infructuosa
La respuesta de la UE, que en 2003 fue autorizada por la Organización Mundial de Comercio, no es la única parte de la historia que se repite. Las motivaciones que hoy tiene la Casa Blanca, para implementar aranceles a las importaciones de acero y aluminio, son las mismas que tuvo la administración del George W. Bush.
"Nuestras industrias de acero y aluminio (y muchas otras) han sido diezmadas por décadas de comercio desleal y mala política con países de todo el mundo. No debemos permitir que a nuestro país, compañías y trabajadores se les saque provecho por más tiempo", dijo Donald Trump el jueves pasado, a la hora de justificar su política comercial,
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Sus palabras bien podrían haber parecido un déjà vu para algunos estadounidenses. "Tomo esta acción para darle a nuestra industria siderúrgica nacional la oportunidad de ajustarse al aumento de las importaciones extranjeras, reconociendo el daño de 50 años de intervenciones de gobiernos extranjeros en el mercado siderúrgico mundial", señalaba el 5 de marzo de 2002, Bush hijo, cuando argumentaba a favor de los aranceles de 30% que impuso a las importaciones de acero.
No obstante, las intenciones patriotas del antecesor de Barack Obama no tuvieron los resultados esperados: "200.000 estadounidenses perdieron sus trabajos debido a los precios más altos del acero durante 2002. Esos empleos perdidos representaron aproximadamente US$4.000 millones en salarios de febrero a noviembre" de ese mismo año, según los cálculos del citado paper de la fundación Consuming Industries Trade Action Coalition (ver llamado a iPad).
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Adicionalmente, de acuerdo a datos de Bloomberg, la política condujo a una reducción de 13,5% en el valor de las importaciones de acero de Estados Unidos en el año posterior a su implementación, lo que equivale a un costo cercano a US$700 millones de comercio, en relación al ejercicio previo.
A fines de 2003, la medida que inicialmente se pensó para tres años fue levantada anticipadamente, sobre todo por la amenaza de medidas retaliatorias desde Europa.
Presiones sobre Trump
Pese a todo, "Trump está ignorando las lecciones históricas", afirma Ted Cohn, profesor emérito de la Simon Fraser University, quien explica que la política del actual mandatario es aún peor, porque Bush eximió a los socios estadounidenses del Nafta, Canadá y México, mientras que Trump los incluye. "Si bien esta acción ayudaría temporalmente a algunos trabajadores siderúrgicos de EEUU, produciría un daño mucho mayor a las muchas industrias del país que dependen de suministros de acero más baratos, es decir, las volverá menos competitivas", añade.
En ese marco, abundan las presiones sobre el gobierno. Aunque el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, asegura que no están buscando una guerra comercial, los líderes republicanos del Congreso ya han expresado sus preocupaciones.
Por su parte, Gary Cohn, el ex asesor económico de la Casa Blanca, se reunió ayer con representantes de empresas que dependen del acero y el aluminio, en un intento por disuadir al obstinado Presidente. En medios estadounidenses ya circularon rumores de la posible renuncia de Cohn, que se concretó en la noche del martes.