Quedan pocos días para que Michelle Bachelet termine su segundo Gobierno y, como es natural, es un momento de balances y comparaciones.

El planteamiento inicial del actual Gobierno fue profundizar los cambios realizados durante su primera administración, para lo cual contaba con un categórico respaldo popular. Sin embargo, la batería de cambios estructurales no sólo provocó el rechazo de empresarios, sino que también desde el interior de sus propias filas, lo que se denominó en su momento "fuego amigo". Por una parte, la relación con los empresarios fue constantemente tensa, desde el primer minuto. No sólo se trató del fondo de las reformas, sino que también de severos problemas de forma. El lenguaje utilizado para hablar de los empresarios por algunos personeros no fue bien recibido. El mejor ejemplo de esa virulencia fue el famoso video oficial para promocionar la Reforma Tributaria en el que se hablaba de los "poderosos de siempre". El fuego amigo, en tanto, vino de personajes técnicos históricos de la Concertación, como los economistas Manuel Marfán o José de Gregorio. Su alegato era similar al de los empresarios: poco diálogo, escasa capacidad de escuchar críticas o reparos a los proyectos de ley.

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Es que las reformas estructurales (tributaria, educacional, laboral y constitucional) fueron mal diseñadas y mal implementadas, lo que empezó a generar un costo político no menor ante el disgusto de parte de la ciudadanía y de la caída en la imagen de la mandataria y del Ejecutivo en general. También generó una baja en la confianza empresarial, que combinada con una desaceleración de las materias primas mantuvo las expectativas en terreno negativo durante casi toda su gestión.

El éxtasis mostrado inicialmente por La Moneda y su entorno -cuya máxima expresión quedó plasmada en la frase de Jaime Quintana (PPD) respecto de que pasarían una retroexcavadora para terminar con las bases del "modelo neoliberal"- fue declinando. Se pasó a otra frase: realismo sin renuncia. Realismo, porque ya no era posible cumplir con el nivel de gastos comprometidos ante el menor precio del cobre. Sin renuncia, porque se seguiría avanzando, pero a una menor velocidad.

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Sin embargo, ya era demasiado tarde. En materia económica, la gestión destacó por lograr algunos récords no muy felices. El crecimiento promedio del mandato fue el más bajo de todos los presidentes desde 1990, en línea con una inversión que encadenó algo nunca antes visto: cayó por cuatro años seguidos. Las clasificadoras de riesgo, por su parte, recortaron el rating de Chile por primera vez, a raíz del inédito incremento de la deuda pública, que se duplicó como porcentaje del PIB en pocos años. Bachelet recibió el país con una deuda equivalente al 12,73% del PIB, la que dejará en torno a un 25%.

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También terminó con la hegemonía del Ministerio de Hacienda. El ministro ya no es intocable. Primero fue Alberto Arenas, luego Rodrigo Valdés. El segundo, eso sí, fue distinto. Presentó su renuncia ante las profundas discrepancias a raíz del rechazo del Comité de Ministros al proyecto minero-portuario Dominga. Y no se fue solo, pues también abandonaron el Gobierno -de manera inédita- el subsecretario de Hacienda, Alejandro Micco, y el ministro de Economía, Luis Felipe Céspedes.

Con todo, la Presidenta Bachelet logró imponer una agenda social y política que, si bien no fue todo lo inicialmente planteado, de todas maneras tuvo algunos logros como en educación y aborto en tres causales que, quizás, podrían quedar como su legado.

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