A partir del 1 de enero de 2018 los clubes chilenos de fútbol profesional deberán contar con un mecanismo de certificación o licencia que validará sus gobiernos corporativos, estados financieros e infraestructuras, entre otras variables.

Esto -el certificado es clave para participar en campeonatos- los debería poner a la altura de la gestión de los clubes más modernos del mundo, dejando atrás la debilidad financiera y administrativa que ha teñido a algunos equipos profesionales los últimos años. Con ello, las sociedades anónimas deportivas se acercarán hacia el comportamiento de las grandes compañías.

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La regla, sin duda, es un avance en términos de profesionalizar una actividad que combina dos ámbitos a veces difíciles de conciliar: lo social -pasional o afectivo, si se quiere- y el modelo de negocios, para que los clubes sean rentables.

Con todo, hay dos materias que pondrán a prueba la gestión de Arturo Salah en la ANFP en los próximos meses: la venta del CDF y la ratificación o no del impulso modernizador del actual presidente. Sin la selección, y por tanto sin Mundial, el fútbol chileno enfrenta un desafío clave: profundizar su modernización y gobierno corporativo, lo que implica además cumplir las reglas de la SVS y administrar profesionalmente los recursos del CDF.

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Este escenario es el primer desafío que deberá enfrentar el mecanismo de licencia, acreditando que al final del día hay una profesionalización real y no sólo letra muerta.