Marzo, y especialmente en este año de cambios, es el mes de los propósitos. La industria minera ha pasado cuatro años de estrechez por el término del súper-ciclo de precios. Durante los años post-boom, las empresas mineras, proveedores, trabajadores, agencias regulatorias y fiscalizadoras, y las propias comunidades, han tenido que enfrentar la crisis sobre la base de exigencias de reinvención.
Adicionalmente, los yacimientos mineros que convirtieron a la industria del cobre en la "niña bonita" a nivel mundial durante los '90 y 2000, ya no son tales. Según Sonami, entre 1990 y 2004 la gran minería del cobre invirtió US$ 40 mil millones y casi cuadruplicó la producción. Paradojalmente, entre 2005 y 2016 la inversión aumentó en comparación con aquel periodo (US$ 48 mil millones) pero la producción se mantuvo estable en torno a los 5,5 millones de toneladas.
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Esto evidencia que el juego de la minería ya no es sólo inversión, sino también la búsqueda incansable de innovación. Además, a la crisis de precios y la pérdida de productividad, se suman los estándares socio-ambientales, para obtener y conservar la licencia social.
Este contexto empujó a todos los actores mineros -públicos y privados- a una profunda reflexión en torno a lo que se requiere para seguir progresando: ¿Qué es lo que está en juego? Para las compañías mineras su competitividad, e incluso su subsistencia en períodos de baja. Para el Estado, la columna vertebral de nuestro desarrollo de las últimas tres décadas.
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En ambos casos las necesidades son distintas, pero interdependientes: no hay posibilidad para las empresas de seguir progresando si no es con una visión compartida del desarrollo futuro, que contemple a la minería como un jugador clave de la estrategia productiva y el desarrollo territorial. Para el Estado es difícilmente plausible un tránsito hacia el desarrollo y la economía del conocimiento sin apoyarse en las fortalezas que han configurado nuestra actividad productiva nacional y regional durante estas décadas.
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Esto ha sido comprendido por los programas público-privados que han promovido esta discusión, cuyo origen fue la conciencia de convertir a la minería en una plataforma de desarrollo para Chile, profundizando su sustentabilidad, inclusión, desarrollo tecnológico e innovación.
Lo que se nos plantea con urgencia durante este marzo, es la necesidad de participar a los nuevos actores de gobierno de los avances de estos programas y no perder velocidad ni empuje. Hay varias temáticas estratégicas, como la interacción entre minería y energía solar. A su vez, el desarrollo global de las energías limpias requerirá de cobre, litio, cobalto y varios minerales, donde nuestro país ocupa una posición privilegiada.
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El conocimiento se encuentra repartido entre múltiples actores que, combinados, pueden alcanzar niveles óptimos en soluciones de futuro. Chile requiere de una mejor minería y esta, de un mejor país. Eso nos llevará a reafirmar la visión compartida y el capital social que hemos construido, a revisar conjuntamente la Hoja de Ruta fijada, los proyectos colaborativos que estamos implementando y los que vendrán. Como insistía Ayn Rand: "podemos ignorar la realidad, pero lo que no podemos es ignorar las consecuencias de ignorar la realidad". Y la realidad es que tenemos una gran oportunidad que no podemos dejar pasar.