El proteccionismo llegó para quedarse, al menos por un tiempo. La primera víctima ha sido el TPP, luego de que el Presidente electo de EEUU, Donald Trump, anunciara que entre las primeras acciones que adoptará está el retiro del Acuerdo Transpacífico. El argumento es proteger la economía local. Lo anterior está muy en línea con los discursos que impulsaron el Brexit y los movimientos antisistema de Alemania, Francia e Italia. ¿Por qué el descontento? Una de las causas plausibles es que los ciudadanos no logran percibir los beneficios de la apertura comercial. Si bien este proceso ha llevado a que EEUU esté mejor en términos agregados, hay un grupo que no se beneficia directamente en el corto plazo del libre mercado, por lo que hay una disociación. El punto es que las personas no están pensando en el mediano plazo ni les interesa el balance agregado del país. Sólo les importa su posición, su puesto de trabajo que perdió por las importaciones chinas o a manos de un inmigrante. El problema -y el desafío- es que los gobiernos no han sabido encontrar una compensación efectiva de corto plazo para las personas que advierten que están afectadas por el libre comercio, a lo que se agrega el impacto de la inmigración en el empleo. Tampoco han sido exitosos en explicar que, en el largo plazo, el libre comercio sí es beneficioso para la sociedad, aunque ello sea evidente en las cifras. Tampoco han sabido explicar que cerrar las fronteras tendrá un costo mayor a mediano plazo.