Trabajar durante los Juegos Olímpicos es lo más cercano al cielo que se puede alcanzar trabajando en una oficina. Lejos de ser una maldición para el trabajador, es una bendición.
Generalmente, hay cosas que evitan que la vida de oficina sea placentera, y los Juegos parecen haberlas hecho desaparecer a todas. El primero de todos estos males es llegar al trabajo. En la última semana, trasladarse por Londres ha sido un placer, especialmente si es en bicicleta.
La segunda cosa horrible de las oficinas es verse obligados a pasar tiempo con gente que reclama. Pero desde el momento en que los oscuros molinos satánicos fundieron los cinco anillos olímpicos en la ceremonia inaugural, todos han sido silenciados. Los londinenses parecen estar bajo los efectos de alguna droga. Si hay alguien que no está de buen humor, no se atreve a hablar por temor de recibir el tratamiento Mitt Romney (candidato republicano estadounidense que visitó Londres hace unas semanas y criticó la organización de los JJOO).
El tercer mal de oficina es sentirse aplastado por el peso del trabajo. En esto también los Juegos han alivianado la carga. La usual ley de productividad de agosto dice que un menor número de manos aligeran el trabajo, pero este agosto es más pronunciado ya que más gente está de vacaciones de verano (boreal), por lo que es aún más fácil terminar el trabajo.
El aburrimiento es el cuarto malestar, que toma la forma de un sinfín de reuniones y un cerro de correos electrónicos sin sentido. Pero la semana pasada nadie tenía ningún deseo de reuniones más allá de las que fueran estrictamente necesarias. Incluso esas terminaron rápido, ya que todos querían ver quién ganó el tiro con arco de las mujeres.
Hay muchos menos correos sin sentido, e incluso los remitentes de spam parecen estar haciendo uso de su oficio con menos entusiasmo de lo normal.
Además de eliminar las peores cosas de la vida de oficina, los Juegos Olímpicos nos han dado un regalo raro y precioso, ahora que ya nadie ve las mismas cosas en la televisión: algo compartido de qué hablar. Nunca, desde mis días de escuela, cuando todo el mundo veía el último capítulo de Monty Python, la gente ha sido tan entusiasta con el mismo programa al mismo tiempo.
Con ese programa de comedia ocurría lo mismo que con los Juegos: amarlo es obligatorio. De lo contrario, escuchar a la gente que hacía las mímicas del último capítulo era insoportable. Lo mismo pasa con el aburrimiento de los JJOO. La única manera de lidiar con el experto instantáneo en la técnica de levantamiento de pesas es unirse. Tal felicidad tendrá un legado. Una resaca seguirá este abandono, como siempre lo hace. Pero no ha terminado todavía y, por ahora, simplemente no importa.
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