El proyectil que rompió la ventana de un bus en San Francisco que llevaba empleados de Google se sintió como una intromisión del mundo real al de la elite tecnológica de Silicon Valley. La piedra vino de protestantes que cuestionaban la desigualdad producida por la riqueza de la industria tecnológica, que ha inflado las rentas en el Mission District.
Crece el sentimiento de que, por mucho que Silicon Valley se defina como una meritocracia, no todos ahí lo merecen. En noviembre, la app para compartir fotos Snapchat, de sólo dos años, rechazó una oferta de US$3.000 millones de Facebook. Con titulares como este en 2013, una reacción era casi inevitable.
El aislamiento tiene su precio. En términos de productos, muchas veces lleva a un acercamiento del tipo "yo también", en el que la innovación auténtica ocupa el asiento de atrás, lo que crea una sociedad miope en la que los asuntos importantes sociales y económicos se ven lejanos. El éxito pasa a medirse en clicks o descargas más que en un verdadero impacto en el mundo.
Semejante arrogancia tecnológica no es nada nuevo y en el pasado ha tendido a auto-corregirse. Pero mientras el precio de las acciones de algunas compañías se ha salido de control, el sector está mucho más firme que a finales de los '90.
La pregunta que debe ser respondida urgentemente es quién debe beneficiarse de las nuevas plataformas digitales, que se mueven desde la periferia de la vida social y económica hacía el centro.
Algunos resultados, como nuevas formas de comunicación masiva o mayor acceso a la información, han sido compartidos. Pero en la riqueza y la creación de trabajos, unos pocos suertudos han cosechado casi todo el beneficio.
Otra pregunta que se hizo difícil de ignorar en 2013 es si las firmas de EEUU que dominan la actividad global en Internet han ayudado a barrer con la vigilancia gubernamental a sus usuarios. Revelaciones sobre la extensión de la vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU han dejado la sensación de que su propio interés los ha enceguecido respecto de los peligros.
Sería bueno que se reflexione sobre puntos como este en 2014 - preferiblemente sin más rocas lanzadas a los privilegiados. Pero, a juzgar por el egocentrismo que caracterizó a la industria tecnológica, no habría que contar con eso.
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