Los resultados de la última prueba PISA dirigida por la OCDE no son decepcionantes ni tampoco marcan un retroceso del país, aunque sí deben mover a una reflexión profunda de todos los actores del sistema educativo. Chile sigue demasiado lejos de los países más desarrollados y su avance es modesto, sobre todo en dos campos que son claves para el futuro de la productividad y una economía más diversificada e innovadora: ciencias y matemáticas. De hecho, se estima que el país requerirá de varios años para alcanzar a las naciones que encabezan el ranking, dominado en general por países asiáticos. Desde un ángulo positivo, resulta valorable el progreso en lectura y la reducción de la brecha socioeconómica, lo que significa una cierta movilidad interna. En el contexto del análisis del examen PISA es necesario precisar que el Estado en los últimos años ha invertido significativos recursos en mejorar las remuneraciones docentes y en infraestructuras, sin embargo, ha faltado un debate acerca de la calidad de la enseñanza, en particular del rol del profesorado. A partir de este gasto que se ha hecho y considerando el nivel de desarrollo del país, se puede afirmar que Chile está estancado, en circunstancias que debería situarse en una curva ascendente. Resulta además impreciso el impacto que en los próximos años tendrán las reformas educacionales que impulsa el Gobierno.