En los últimos años, la frase “Hecho en China” ha golpeado fuertemente los corazones de los trabajadores y políticos occidentales. A medida que China ha crecido como potencia económica -hasta el punto en que pronto superará a la economía de Estados Unidos en tamaño, según cifras publicadas la semana pasada- sus fábricas han socavado a sus rivales occidentales, provocando una migración en los empleos manufactureros.
Pero no es algo que sólo los políticos occidentales deban considerar, sino el mundo en general. Si se quiere entender por qué los debates acerca de la desigualdad están de moda en el mundo político anglosajón -y el nuevo libro de Thomas Piketty sobre la materia, Capital en el siglo XXI, ha llegado a estar de moda también- es importante darse cuenta de que la globalización está pasando por un sutil, pero importante, vuelco.
Lo más notable es que internet está transformando el mundo de los negocios transfronterizos. Y si bien este proceso de digitalización crea oportunidades -los empresarios de Mumbai quienes alguna vez habrían estampado poleras ahora pueden confeccionar sus propios diseños y venderlos en todo el mundo- también amenaza con crear nuevas categorías de ganadores y perdedores (algunos diseñadores occidentales podrían tener dificultades en superar a sus pares indios). De ahí el interés en la desigualdad.
En cierto nivel esto no es sorprendente; es un lugar común el hecho de que vivimos en un mundo globalizado. Lo que es menos apreciado es que la globalización ha sufrido un cambio. En la década previa a 2007, el componente de crecimiento más acelerado de flujos transfronterizos era el dinero; el auge del crédito generó un aumento en los flujos de capitales y en la integración del mercado. Los flujos de bienes transables también subieron fuertemente, a medida que los manufactureros occidentales cambiaron la producción hacia países de bajos costos. En el proceso, China, por ejemplo, pasó de tener 2% del comercio mundial en bienes tangibles en 1990 a 12% en 2012.
Desde entonces ha habido dos cambios notables. Primero, la globalización financiera ha ido a la inversa a medida que los bancos nerviosos se volvieron más cautelosos en el préstamo tras la crisis. MGI estima que los flujos financieros transfronterizos eran 70% inferiores que en 2007. Segundo, una expansión dramática en comunicación digital ha impulsado el comercio en otros servicios, desde comercio electrónico a consultoría.
O dicho de otra forma, donde solía haber dinero y producción de bajo costo que atravesaba las fronteras, ahora las ideas y servicios están siguiéndole los pasos, cortesía de internet. MGI estima que estos “flujos intensivos en conocimiento” ahora valen US$12,6 billones (millones de millones); para poner esto en contexto, esto es la mitad de todos los flujos transfronterizos, y casi cuatro quintos el tamaño de la economía estadounidense.
De cierta forma, este nuevo vuelco hacia la globalización se ve maravilloso. Podría sacar a millones de personas de la pobreza, hacer a los negocios más eficientes, reducir los costos para los consumidores y permitir a los empresarios recurrir a nuevas fuentes de demanda. El problema, como McKinsey sugiere con un gran eufemismo, es que “algunos trabajadores se verán desafiados”.
Por supuesto no todos los empleos occidentales están en riesgo. Pero a medida que se reemplazan los roles por códigos de barra y bytes, hay una bifurcación en cambio. En países como Estados Unidos están los puestos de trabajo de alta calificación y bien pagados arriba, y los no tan deseados empleos de bajo salario en el fondo, con la clase media entre medio. El nuevo rostro de la globalización no sólo amenaza los empleos de manufactura occidentales, sino que también muchos puestos de trabajo en el sector servicios.
Por supuesto, un optimista podría argumentar, el cambio también creará ganadores. La consultora McKinsey sugiere, por ejemplo, que los países en el centro de los flujos globales -como Estados Unidos y Alemania- se beneficiarán enormemente, cosechando 40% más de crecimiento que las áreas menos conectadas. Lo mismo harán las empresas e individuos con las habilidades adecuadas.
Pero un mundo que se enfrenta a la disrupción causada por US$12,6 billones de flujos “intensivos en conocimiento” es la receta perfecta para un nuevo debate sobre la desigualdad. Incluso -o especialmente- cuando se puede comprar el libro de Piketty hoy tan fácilmente en internet, incluso en formato digital, sin siquiera la necesidad de interactuar con una típica librería.
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© The Financial Times Ltd, 2011.