Las proyecciones del Banco Central publicadas en su Informe de Política Monetaria (IPoM) tienen de dulce y de agraz. Por una parte, para este año se ratifica una paupérrima tasa de crecimiento de apenas 1,4%, la cual si bien estaba internalizada, ratifica que el ritmo de la actividad será menos de la mitad que el PIB mundial (3,7%). Ello, en parte, por la inédita seguidilla de cuatro años consecutivos de retrocesos en inversión. La buena noticia es que la mirada hacia el próximo año es relativamente optimista. El ente rector, en su escenario base, anticipa una expansión de la actividad económica de entre 2,5% y 3,5% para 2018, de la mano de una mayor inversión. Esta última variable volverá a repuntar luego de cuatro años de caídas.

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De todos modos, el escenario para 2018 no está exento de riesgos. Más allá de los factores internacionales, como un alza muy acelerada de la Reserva Federal de Estados Unidos o la situación crediticia de China, llamó la atención que la confianza de los agentes locales volvió a ser un elemento a considerar.

En esta oportunidad afirmaron que un dinamismo en el corto plazo menor a lo esperado, podría afectar la confianza de los consumidores y empresarios, considerando "que ha sido alentada más por el desempeño esperado de la economía en el futuro que en la actualidad".

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Así, queda en evidencia que el repunte de la actividad pronosticado para 2018, si bien podría duplicar a la tasa de expansión de este año, todavía es muy frágil. Tanto, que un par de datos -y por qué no agregar algún hecho puntual inesperado- podrían impactar en las confianzas de los consumidores y en las empresariales y, por ende, en la inversión, justo cuando ellas empezaban a mejorar desde un largo período en niveles pesimistas.