Fue inédito el año pasado en cuanto al flujo de la inversión directa reflejada en la balanza de pagos informada por el Banco Central. Es que lo normal era que los flujos de inversión que ingresaban al país superaran a los que salían de las fronteras nacionales. Sin embargo, un constante deterioro en el atractivo de Chile para captar recursos confluyó para que, por primera vez, en 2017 dicha histórica relación fuera inversa. Es decir, hubo más inversión directa que salió de Chile que la que entró al país. En concreto, US$899 millones en el neto.

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Es así como 2017 terminó con US$6.846 millones de activos (flujos hacia afuera) frente a US$5.947 millones de pasivos (flujos que ingresan). En esta medición se incorporan las participaciones en el capital, la reinversión de utilidades y los instrumentos de deuda. Este último ítem marcó una diferencia en 2017 respecto de los años anteriores.

Entre los factores que influyeron detrás de esta reversión de la tendencia está el menor precio del cobre y la consecuente menor inversión proveniente de las compañías del sector, así como también un ambiente de negocios más deteriorado a nivel interno.

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En este último ámbito, que es aquel donde las autoridades tienen algún grado de maniobra o control, hubo un impacto no menor por la serie de reformas estructurales que llevó adelante el Gobierno.

Pese a que en su momento se insistió en que no habría impacto en, por ejemplo, realizar una Reforma Tributaria que no sólo subía impuestos, sino que convertía el esquema impositivo en uno más complejo aún, los resultados que se han estado observando son categóricos en desmentir aquella tesis. Una caída en la inversión por cuatro años consecutivos y el crecimiento promedio más bajo desde 1990.

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