Aparte de llamar la atención acerca del cambio de orientación de la política interna de Chile, y el fallido intento de la Presidenta Bachelet para profundizar su programa de reformas estructurales por la vía de un gobernante continuista, los observadores extranjeros y la prensa internacional han subrayado cómo la elección de Sebastián Piñera se inscribe en un proceso más amplio.
Este lo constituye el viraje hacia la centroderecha en la región y el ocaso del modelo que aplicó el fallecido Presidente venezolano Hugo Chávez, quien condicionó de forma cercana a países como Ecuador y Bolivia, creó un área de influencia en América Central y el Caribe -gracias a petróleo subsidiado- y estableció alianzas con el kirchnerismo en Argentina y el PT en Brasil, experiencias ambas marcadas, si bien una más que otra, por un sello populista. El desfondamiento de Venezuela, la victoria de Mauricio Macri, la destitución de Dilma Rousseff, la mayor moderación en Ecuador y ahora la elección de Piñera marcan un nuevo rumbo en el continente. El rechazo a la vacancia de Pedro Pablo Kuczynski en Perú es también un factor a considerar en este período que se abre de alternativas más sensibles al mercado, la globalización, la libertad económica y políticas públicas y fiscales más sostenibles y responsables.
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Desde luego el éxito de este ciclo no está garantizado, ya que la región es propensa a una inestabilidad endémica y en ella nunca nada resulta demasiado cierto o sólido, pero a lo menos se advierten las bases para inaugurar una etapa de desarrollo y modernización distante de la receta populista. El Presidente Piñera tendrá ahora la oportunidad de asumir una función de liderazgo en el subcontinente a partir la experiencia chilena. Para él, sin duda, el escenario regional es más auspicioso que en su primer mandato.
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