Un domingo el mes pasado, mientras algunos residentes de Cadereyta se preparaban para misa, los oficiales de seguridad mexicana descubrieron, incluso para los estándares de la espantosa guerra de droga del país, un espectáculo escalofriante: 49 cadáveres en una autopista en bolsas plásticas de basura.
Cada uno de los 43 hombres y seis mujeres había sido decapitado. Para hacer más difícil la identificación, los asesinos habían cortado sus manos y pies.
Un mes después, las autoridades, que culparon a los carteles de droga por el crimen, no son capaces de identificar a ninguna de las víctimas.
Sorpresivamente, en Nuevo León, el estado al norte de donde ocurrió el crimen y uno de los principales escenarios en los últimos años de la guerra contra el crimen organizado en México, está experimentando el mayor auge de inversión extranjera directa en su historia.
Sólo a 40 kms. al oeste de Cadereyta, en la ciudad de Monterrey, las compañías internacionales están preparando o expandiendo plantas en las que consideran ser uno de los mejores hogares para proveer a Norteamérica y, cada vez más, al resto del mundo.
Javier Treviño, ex secretario general del gobierno estatal, dice que espera que la ciudad supere la marca de US$2.000 millones de inversión extranjera directa este año en lo que sería un record. Cautelosamente, funcionarios del ministerio de desarrollo económico de Nueva León hablan de cifras cercanas a los US$2.400 millones.
“Las compañías extranjeras nos ven cada vez más como el centro logístico de Norteamérica”, dijo al FT esta semana.
En muchas formas, Monterrey es una versión condensada de lo que está pasando en el resto de México. En los últimos cinco años, la violencia relacionada a las drogas se ha disparado por las bandas criminales más grandes y mejor armadas que disputan territorios y rutas de contrabando al tiempo que la policía federal y el ejército tratan de interrumpir su comercio ilegal.
Desde comienzos de 2007, más de 50.000 personas han muerto como consecuencia directa de la violencia, una cifra que ha empujado la tasa de homicidio promedio del país a cerca de 22 cada 100.000 habitantes comparada con cerca de ocho cuando el presidente de centro-derecha Felipe Calderón llegó al cargo en diciembre de 2006.
En el mismo periodo, México atrajo más y más compañías extranjeras, en particular, los fabricantes de automóviles más importantes del mundo, los que ven al país como una base atractiva para proveer a Norteamérica, Sudamérica e incluso China.
El año pasado, la IED totalizó US$18.000 millones, y los economistas esperan alcanzar niveles similares este año. “Las compañías internacionales se dan cuenta de que tienen que estar en México si quieren exportar a América”, dijo Bruno Gerrari, el ministro de Economía del país a FT.
Los inversionistas no parecen inmutados con la elección presidencial de México el 1 de julio, lo que alguna vez fue fuente casi invariable de inestabilidad económica. No tanto este año. Funcionarios del ministerio de Hacienda dicen en privado que el crecimiento este año probablemente pasará el estimado del gobierno de crecimiento de 3,5%.
Una de las razones para los flujos de inversión es que México se ha vuelto más competitivo en relación a China. Los crecientes costos de transporte han hecho que las operaciones básicas para exportar en Asia sean mucho más caras que a principios del siglo. La inflación salarial ha cerrado la diferencia que separaba los costos laborales mexicanos y chinos. Pese a su inestabilidad criminal, México es un dechado de la ortodoxa macroeconómica.
¿Qué hay de la violencia? Alejandro Hope, experto en seguridad del Instituto Mexicano para la Competitividad, afirma que las firmas extranjeras en México a veces son físicamente cercanas a la violencia, pero inmunes a ella. Aunque la subsidiaria mexicana de Pepsi fue atacada con bombas en mayo, no parece ser una tendencia.
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