En los últimos años, a medida que se desplegaban los temores por la eurozona, los inversionistas internacionales han estado paralizados por un pequeño país al borde de la región: Grecia. Pero harían bien en seguir observando a otro: Finlandia.

Si bien Finlandia no ha creado mucho drama, precisamente porque es uno de los miembros más fuertes de la eurozona, algunas discusiones fascinantes están actualmente en proceso. A medida que la crisis de la eurozona retumba, algunas empresas finesas y funcionarios de gobierno están reflexionando en silencio la logística de dejar la unión monetaria.

Nadie en Finlandia espera que esto ocurra pronto, si es que llega a ocurrir; de hecho, la mayoría de los políticos se opone fuertemente a la idea. Pero como dice Heikki Neimelainen, director ejecutivo del Municipal Guarantee Board: “hemos empezado a discutir abiertamente el mecanismo de una salida del euro, sin indicar que iniciaremos tal proceso”. Y esto, en cambio, está generando ciertos curiosos debates económicos.

Miremos, por ejemplo, un reciente paper de Nordea, el banco nórdico. Este paper abarca la pregunta de qué ocurriría si Finlandia decidiera tener una moneda paralela. La idea detrás de esto, como explica Nordea, es que en momentos de tensiones sería beneficioso para los países mantener más de una moneda. Y si un país está tratando de dejar una moneda, mantenerla como moneda de curso legal junto a una segunda moneda por un período puede asegurar que un país cumpla sus viejos contratos, y por lo tanto, evite un default técnico.

En el caso de Grecia, por ejemplo, la idea de mantener el euro como moneda de curso legal junto con el dracma ha estado dando vuelta entre algunos economistas como una técnica para dejar el euro, sin un default formal. Este concepto ha sido usado en el pasado, en lugares como la República Weimar (en 1923) y la Unión Soviética (cuando se separó a comienzos de los ’90).

Pero para Finlandia el concepto es diferente. Si un país como Grecia busca adoptar su propia moneda, junto con el euro, actuaría desde una posición de debilidad, y probablemente necesitaría forzar a sus ciudadanos a mantener el dracma. Sin embargo, dice Nordea, “la salida de Finlandia de su propio acuerdo diferiría de la salida de Grecia, porque una economía nacional equilibrada, podría, desde el punto de vista teórico, tener dos monedas incluso por un largo período de transición, e indexar el nuevo markka al euro en una tasa 1:1 durante ese período de transición”.

Bajo este escenario de fortaleza, el banco central finlandés podría efectivamente dejar a los consumidores elegir qué moneda prefieren usar. “Los euros no se convertirían de manera automática a markka; todos los depósitos, deuda y acuerdos permanecerían en euros hasta que los depositantes transfieran sus depósitos a cuentas denominadas en markka y las partes del acuerdo enmienden sus contratos”, según Nordea. “Durante la transición, el Banco de Finlandia ofrecería cambiar euros y markkas a una tasa de 1:1”.

Sólo entonces el markka flotaría contra el euro; y este último teóricamente permanecería como moneda de curso legal.

Si los fineses eligen o no convertir sus euros en este escenario teórico, dependerá de hacia dónde crean que va el markka. Ahora, la mayoría de los inversionistas esperarían que subiera. Después de todo, durante el último año, Finlandia ha sido visto como un refugio. Si eso continúa, podría “llevar a un movimiento en masa de inversionistas, que fortalecería la moneda”.

Pero es posible imaginar un escenario alternativo. Antes de la última década, Finlandia experimentó períodos de inestabilidad financiera y el pequeño tamaño de cualquier mercado denominado en markkas podría también provocar una fuga de capitales.

“Una proporción significativa del dinero invertido en Finlandia durante la era del euro viene de los inversionistas que por mucho tiempo han buscado inversiones denominadas en euros y no quieren hacerse cargo de los riesgos de tipo de cambio asociados a una moneda de pequeño margen”, escribe Nordea. “Si los inversionistas extranjeros se van… la liquidez de los bonos y acciones denominados en markkas caerá, las primas de riesgo subirán y las fuertes fluctuaciones en los precios se harán más frecuentes”.

Y nadie podría contar con que el BCE suavice cualquier volatilidad violenta; después de todo, uno de los problemas centrales con cualquier régimen de divisas paralelo es que no queda claro quién se haría cargo. No es de sorprender entonces, que las monedas paralelas rara vez hayan funcionado por mucho tiempo, o sin controles de capital draconianos.

Ahora, discusiones como esta de Nordea siguen siendo hipotéticas. Después de todo, como uno de los principales inversionistas finlandés dijo recientemente: “la comunidad de negocios y los políticos están muy asustados de dejar el euro… es improbable que lo hagamos”. Pero vale la pena recordar que la mayoría de los fineses aborrece los rescates del BCE; habiendo abrazado la destrucción creativa en su propia historia, ahora detestan el riesgo moral con un celo puritano. Y mientras más dure la crisis, más fácil se hace imaginar lo que alguna vez fue inimaginable.

Quizás es hora de que el presidente del BCE, Mario Draghi, visite Helsinki; el reporte de Nordea es un recordatorio a tiempo de que no son sólo Grecia y España los que tienen capacidad para sorprender.

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