En 2012, el 29 de octubre, PULSO titulaba: “El electorado le da la espalda al oficialismo”. El entonces Presidente Sebastián Piñera recibía la más dura derrota de su gestión cuando su coalición de Gobierno perdía las elecciones municipales de ese año.

En esa elección el Gobierno cedió no sólo número de votos a la entonces aún Concertación, sino también perdió comunas emblemáticas, como fue el caso de Santiago, donde Carolina Tohá derrotó a Pablo Zalaquett, y Providencia, con el entonces triunfo de Josefa Errázuriz por sobre Cristián Labbé. El resultado de 2012 sorprendió. En ese entonces el país transitaba por un alto crecimiento económico y un acotado desempleo. Por eso los resultados inquietaron y el Gobierno de Piñera asumió que tendría una dura tarea para mantener la Presidencia un año más tarde.

Tras esa municipal, la Concertación comenzó a preparar el arribo de Bachelet, que exactamente cinco meses después anunció que dejaría su puesto en ONU Mujeres para emprender una nueva aventura presidencial.

Hoy la Nueva Mayoría debe asumir la derrota más fuerte desde que perdió las presidenciales de 2009. No sólo -curiosamente- pierde las comunas emblemáticas que había arrebatado en 2012, sino también baja de manera importante sus niveles de adhesión en un claro sentido de rechazo ciudadano.

¿Leer sólo este resultado en clave económico-electoral? Lo más probable es que sea un grueso error pensar sólo que el desempeño económico justificaría la caída municipal del Gobierno. ¿Un voto de rechazo? ¿Un castigo a la gestión? ¿Una desafección del electorado de centro-izquierda? Hoy, no cabe duda que los análisis serán profundos y los mea culpa, lamentablemente, escasos.

Preocupante si el Gobierno no logra aceptar que esta tendencia se venía conjugando desde hace varios meses, que sus llamadas reformas estructurales no cuentan con la aprobación ciudadana y que la desaprobación presidencial lleva prácticamente dos años por sobre 50%. En este contexto, haber esperado un resultado diferente, era ilusorio.

Con este resultado, sorprendentemente, pasó a segundo plano el análisis de la abstención electoral (que rondó el 70%), el tema que prometía ser de discusión obligada una vez que se comenzaran a conocer las primeras tendencias de votación. El Gobierno sabe que la derrota es muy locuaz para desviar la atención hacia este factor, y Chile Vamos no tiene intención de aguar su fiesta por un hecho ya consumado.

¿Será capaz el Ejecutivo de interpretar y actuar en función de estos resultados? Difícil adelantar un cambio de rumbo si el primer análisis liderado por la Presidenta Bachelet sólo se centra en la abstención y el desapego ciudadano.

La Moneda debe entender que el discurso de “reformas que la ciudadanía requiere” ya no sirve. Tiene que entender que en la medición más masiva, en la encuesta más certera, en el mejor sentir ciudadano que puede existir, la ciudadanía se rebeló y le dio la espalda.