Es momento de admitir la derrota. Los banqueros se han salido con la suya. Los han visto políticos, reguladores, y ciudadanos pasearse triunfantes por las ruinas del gran dinero. Algunos pensaron que la crisis de 2008 podría cambiar las cosas. Fuimos tontos. Los banqueros siguen recolectando bonos multimillonarios incluso mientras menosprecian deudas multimillonarias.
Países y empresas han quebrado, líderes políticos han caído, y trabajadores de todas partes han sido despedidos. Todos estamos más pobres de lo que podríamos estar. Pero en Wall Street y en Londres, es el trabajo de siempre. ¿Se ha puesto a salvo al mundo del capitalismo liberal financiero? La respuesta corta es no.
Dos noticias recientes llamaron la atención. Una es sobre la última multa contra JPMorgan Chase, el gigante bancario estadounidense; la otra es que los reguladores de los bancos centrales del mundo, en Basilea, han diluido las reglas para exigir a los bancos comerciales tener más capital para tomar riesgos. Lo más destacable de estas noticias es que no se veían para nada destacables. Grandes bancos violando la ley y reguladores financieros en retroceso: ¿Qué es lo nuevo?
Tome como ejemplo la enorme multa de JPMorgan. La institución liderada por Jamie Dimon está pagando US$2.600 millones para cerrar acusaciones criminales relacionadas al esquema ponzi de Bernard Madoff. La multa apenas los afectó. Ni una autoridad fue tan vulgar como para sugerir que Dimon, alguna vez un ícono de la rectitud bancaria, podría reconsiderar su puesto.
La multa, después de todo, fue la última de una larga lista. Los bancos europeos y estadounidenses han tenido una lista de delitos que van desde lavados de dinero y fijación de tasas de interés hasta comercio temerario y defraudación a clientes. Lamentablemente, la indignación pública y la sensibilidad política han sido atenuadas por lo familiar de la situación.
¿Qué son multas millonarias para una institución como JPMorgan, la cual ha mirado en menos multas de US$20 mil millones? En ningún otro negocio un director ejecutivo sobreviviría una desgracia de tal magnitud. Los banqueros se han hecho a sí mismos una excepción. Las multas son solo una pequeña marca en las grandes rentas que extraen de los sectores productivos de la economía. Podrían incluso ser deducibles de los impuestos.
Con la decisión de Basilea, los reguladores dejan a los grandes bancos de inversiones libres al aliviar los requisitos en las tasas de apalancamiento, reduciendo los montos que deben recaudar en nuevo capital para hacer contrapeso a sus apuestas en las operaciones. Las concesiones anotaron otro éxito para la escurridiza operación de relaciones públicas de la industria. A veces hasta pareciera que los bancos fueran víctimas en lugar de los villanos de la crisis.
Ha sido la misma historia desde 2008. Las leyes han cambiado y las regulaciones se han ajustado para limitar los más ofensivos juegos de azar. Los requisitos de capital se han elevado un poco, reduciendo levemente el riesgo de los seguros para los gobiernos y reduciendo en la misma cantidad el subsidio implícito de los contribuyentes para los banqueros. La legislación Dodd-Frank ha aumentado la carga de conformidad en Wall Street.
Estos cambios, aunque bienvenidos, son sólo marginales. La estructura básica del sistema, sus incentivos perversos, sus instituciones demasiado grandes para caer y sus ejecutivos demasiado poderosos para ir presos, siguen intactos. Los bancos, combinando operaciones comerciales con otras de alto riesgo, siguen viviendo. Como resultado, el propósito organizacional de la banca - proveer de la lubricación esencial para la economía real - sigue ligado con especulación peligrosa y socialmente inútil.
Los contribuyentes siguen proveyendo grandes subsidios que dan garantía y que, perversamente, animan a los bancos a tomar más riesgos. En ausencia de una real competencia, un oligopolio de banqueros senior que se sustenta a sí mismo sigue fijando su propia recompensa. Los bancos se quejan del exceso de reglas, pero lo que hemos visto ha sido una serie de "modificaciones" más que el cambio radical necesario para hacer seguro al sistema. Lo que Paul Volcker, el ex presidente de la Reserva Federal de EEUU, llamó el "tema sin terminar" de la reforma, sigue exactamente igual.
¿Cómo se explica este evidente sometimiento ante el derecho divino de los banqueros? Tres razones se me vienen a la mente. La primera, poco imaginativa, se desprende de la función vital de los bancos en cualquier economía de mercado. Una vez que han rescatado al sistema financiero del colapso, los reguladores vuelcan su atención a la economía real. Frente a profundas recesiones y crecientes déficit fiscales, evitaron arriesgarse a una nueva desestabilización del sistema financiero. En cambio, prefirieron hacer borrón y cuenta nueva.
La segunda, las reformas son un trabajo que se hace esencialmente por dentro: es tarea de los banqueros centrales y de los reguladores que le dieron al sistema un informe saludable antes de la crisis. Querían hacer al sistema un poco más seguro en lugar de dar a conocer que la estructura básica estaba podrida.
La final, los bancos han sobrepasado por lejos a los políticos y reguladores en apuestas engañosas de alto riesgo. Cada demanda por más capital o por ajustar los controles prudentes ha sido recibida con amenazas no tan sutiles de reducir el crédito.
Los bancos no fueron los únicos responsables de la crisis. Aún así es increíble que su reinado haya seguido adelante sin interrupciones. Como los monarcas, han aceptado algunas coerciones, pero estas se pueden deshacer con el tiempo. Su poder y riquezas siguen intactos. ¿Qué habrá pasado con la guillotina de Robespierre?