Altum Lab: la “bola de cristal” de las materias primas
Madeleine e Ismael necesitaban darle un nuevo giro a su vida y abrieron una fundación. Pero el bichito del emprendimiento tocó sus venas. Luego de mucho ir y venir, lograron entusiasmar a inversionistas chilenos y extranjeros. Proyectan facturar cerca de US$ 4 millones en 2022 y levantar una Serie A de un valor similar.
Al más puro estilo millennial, en 2015 Madeleine Valderrama e Ismael Valenzuela se fueron a recorrer el mundo. Tenían cerca de 30 años. Vendieron todo y durante 12 meses estuvieron con mochila al hombro. Pero cuando ella volvió a Santiago, no pudo encajar en su trabajo anterior en Camanchaca, a pesar de que la estaban esperando con los brazos abiertos.
Valderrama es ingeniero civil industrial de la Universidad de Chile, y Valenzuela es matemático y “muy computín”, como dice la CEO de la startup Altum Lab: “Para él emprender era algo más natural. En cambio, para mí, la proyección ideal era ser gerente de una gran empresa. Pero el viaje nos cambió”, recuerda. Ambos están juntos desde hace 18 años, pero recién el año pasado se casaron. “Cuando conocí Asia sentí que nosotros estábamos en la prehistoria y ellos vivían en el futuro. Me explotó la cabeza”, cuenta ella.
Buscaron cómo darle el sentido al día a día y crearon una fundación. El objetivo era ayudar a personas de escasos recursos con ciertas herramientas para la vida como, por ejemplo, enfrentar una entrevista de trabajo con respecto a la vestimenta. Así empezó un proyecto donde recuperaban ropa usada y abrían una tienda a precios muy baratos, “para darle dignidad a quienes adquirían las ropa”, dice Valderrama. También desarrollaron una herramienta de crowdfunding para otras fundaciones. “Crecimos bastante y conocimos a mucha gente, pero fue un proceso doloroso, porque costaba levantar fondos. Por mucho que me sentaba con el ejecutivo del banco que consideraba hermoso lo que hacíamos, era imposible que me diera un crédito”, indica. “Era imposible vivir de eso”, agrega.
Siguieron pensando en cómo hacer algo rentable y, paralelamente, seguir con la fundación. Cuando de pronto nació la idea. “Como yo estaba muy ligada a la industria acuícola, desarrollamos un software beta que optimizaba el proceso de fabricación de harina de pescado. Yo había hecho mi tesis en Camanchaca y luego trabajé seis años en esa empresa. Sabía muy bien cuánta plata perdían y conocía la gente en las plantas. Cómo amaban sus barcos y la mugre que se sacaban para generar productos de mayor calidad, para que después, el área comercial los vendiera a cualquier precio. Era una eterna discusión”, recuerda.
Generaron un algoritmo de inteligencia artificial (IA) que mezclaba todas las harinas disponibles y las homogeneizaba. Luego, se vendían a mejor precio. De hecho, según los fundadores de esta startup, la tecnología logró que Camanachaca aumentara en US$ 500.000 la facturación de 2017, además de mejorar en un 37% la calidad del producto. Postularon a la incubadora Imagine Lab y se lanzaron con su empresa. “Nosotros solo proyectábamos el negocio en la harina de pescado, pero ellos nos abrieron la mente para llevar la tecnología a otras industrias, como por ejemplo, la molienda de la minería”, señala Madeleine Valderrama. Más tarde, ganaron un fondo SSAF de Corfo por $ 60 millones, lo que les dio tranquilidad para pulir el producto por un año, ya que hasta el momento “era todo pura inversión en tiempo, garra y vivir de la comida que nos traía la familia”, dice riendo Valderrama.
Como Perú es el principal exportador de harina de pescado en el mundo, de inmediato empezaron a operar con clientes en ese país. Pero necesitaban más dinero para escalar. “Yo estaba muy enojada con los fondos de inversión de riesgo chilenos porque no entendían su rol en el ecosistema. Su riesgo era casi como un préstamo bancario. Entonces conocimos a José D. López del venture capital estadounidense DevLabs y nos invitó un café para que le explicáramos qué hacíamos”. D. López les dijo que le mostraría el caso al comité de inversiones y a la tercera reunión-café les confirmó que aportarían a US$ 100.000. Corría mediados de 2019. “Ese fue el punto de inflexión, porque de ahí empezamos a crecer de forma meteórica”, cuenta la fundadora de esta startup.
Extrañamente, se ganaron un desafío de Grupo CAP, siendo la única de 20 startup que no tenía relación con el mundo minero. Todo, gracias a su algoritmo. Le hicieron una prueba de concepto para la mezcla de sus productos terminados. Pero además, desde CAP les pidieron ayuda para predecir cuánto material entraría a la planta. Y ahí fue donde comenzó a construirse la segunda gran línea de negocios de Altum Lab: planificar el futuro gracias a la IA. “Da lo mismo el tipo de producto. Mezcla de harina de pescado, productos cárnicos, pintura o mezcla de cerámicas o cemento. Lo interesante es que nuestro algoritmo puede predecir lo que llegará de materia prima, cómo se debería mezclar y cuál será el resultado. Con esa información, las empresas toman decisiones”, explica Valderrama. Y así ya llegaron al 2020.
La pandemia no los afectó. Solo se pausaron los contratos por un mes. Aunque Valderrama confiesa que pensaron que quebrarían, al mes siguiente se reactivó todo, e incluso, llegaron nuevos clientes. “Funcionamos mucho de forma remota. Tenemos programadores en Chile, Brasil y México. Y a nivel local, no todos están en Santiago. También hay equipos en Viña del Mar y la Región de La Araucanía. Somos agnósticos en eso. De hecho, en Santiago tenemos una oficina que a veces la ocupamos para ir a dibujar algo en la pizarra…”.
A fines del 2020 comenzaron a buscar financiamiento para crecer de nuevo, pero no les resultó en Chile. Así que de manera online se contactaron con varios venture capital de México y en dos meses levantaron US$ 400.000. Todo, liderado por DevLabs y Carlos Rodríguez, un “ángel” conocido en la generación de las puntocom de los ‘90 por haberle vendido su startup a Equifax. En ese momento tomaron otra decisión importante: llamaron a Francisco Paredes para que liderara el área comercial y entrar como tercer socio. Así Valderrama y Valenzuela se enfocarían más en el producto y el desarrollo del algoritmo. En diciembre de 2021 cerraron una nueva ronda de inversiones por US$ 650.000. En un principio sería solo por US$ 400.000, pero de un momento a otro, Fundación Chile se entusiasmó y puso US$ 250.000 más.
Hoy tienen 14 clientes y el año pasado facturaron US$ 1,3 millones. Este año proyectan triplicar esa cantidad, además de levantar una ronda Serie A por unos US$ 4 millones antes de que termine 2022.
“En definitiva, nos adelantamos a los problemas de calidad de materiales que pudieran existir en el futuro. La idea es disminuir costos, el uso del agua, o la energía eléctrica, pero siempre con el foco en optimizar los contratos de la mejor forma posible”, explica una apurada Madeleine Valderrama: terminando esta entrevista debe tomar un avión para viajar a Taipei, Taiwán. Se ganaron un cupo en un programa de la incubadora Garage+ para startups que se proyectan en Asia y se quedará un mes y medio en esa isla para buscar partners y mostrar lo que hace Altum Lab. Su conexión con Asia sigue vigente.
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